Escasea el agua para el consumo humano en el área cañera de Veraguas, Coclé y Herrera, un patético escenario conocido de todos los años, donde miles de panameños, a quienes sus gobernantes anuncian que viven en una nación de primer mundo y de igualdad de oportunidades, sufren esta mísera condición por décadas. En una nación con el mayor índice de crecimiento y el presupuesto más grande de la región, sus ciudadanos enfrentan la escasez del vital líquido, convirtiéndolo en un artículo de lujo. La indiferencia de las autoridades en distintos gobiernos es una inocultable realidad, y muchos candidatos de partidos políticos tradicionales sacan ventaja de esta horrible situación, señalando a sus adversarios de ineptos y prometiendo que ellos traerán agua a chorros si es necesario. ¡Cruel mentira en Semana Santa!
Quienes mayormente sufren la embestida de tanta incapacidad son los sectores más vulnerables de la población, entre ellos: niños, ancianos, discapacitados y los sectores empobrecidos económicamente del país, que habitan en barriadas en condiciones de miseria. Estas poblaciones carecen de calles, veredas, alcantarillado, iluminación, energía eléctrica y dispensarios de salud con suficiente dotación de insumos, personal, instrumental quirúrgico y un verdadero servicio de salud preventivo y humanizado.
No somos el norte de África ni la región subsahariana, pero funcionamos desde hace muchas décadas como tal, dejando que el que viene atrás empuje o solucione, a pesar de tener geográficamente en el territorio 500 ríos, algunos altamente caudalosos, con una de las mejores aguas del continente. 350 de estos ríos están en la vertiente del Pacífico, donde se encuentran mayormente concentrados los asentamientos humanos, y 150 en el Atlántico o Caribe, cuya población y potencialidad de desarrollo crecen cada día. Con 52 cuencas hidrográficas, la mayoría del territorio, y las ciudades y pueblos que más sufren están a menos de un kilómetro de distancia de dichos ríos y cuencas, descuidadas y desprotegidas.
Sin duda alguna, hemos elegido gobiernos y gobernantes elitistas, gatopardistas con espíritus lampedusianos, personajes que dicen “querer” cambiar todo para que nada cambie. Aquellos que ofrecen el puente sin tener río. Estos politiqueros son verdaderos mercaderes de esperanzas, que en tiempos de campañas electorales ofrecen todo, pero al final juegan con la esperanza y el dolor ajeno.
Podemos vivir sin luz eléctrica, sin calles, sin comunicaciones, pero no sin el vital líquido; menos en tiempos en que hemos permitido, por desidia y carencia de autoridad, contaminar una gran cantidad de fuentes de abastecimiento de agua potable y deforestar inmisericordemente una importante cantidad de vegetación y árboles que sirven para proteger los mantos acuíferos, quebradas y ríos, donde antes se recogía agua.
Hasta dónde ha llegado la deshumanización y la gula humana, que se prioriza y facilita a los poderosos económicamente de la región el uso de las aguas fluviales, incendiando los cañaverales para facilitarles el corte y la zafra de la caña de azúcar, a pesar del perjuicio del hollín que cae en los ríos y quebradas, perjudicando la salud de los lugareños por su contaminante de carbono. El agua de los ríos corre con mayor fuerza y energía por las tuberías de los ingenios azucareros que en las de los pueblos polvorientos, sedientos y llenos de famélicos seres sin esperanza de solucionar su problema.
El día transcurre en cada población y los gobernantes en el poder, con el presupuesto más grande de la historia de la vida republicana, habiendo superado a los tres gobiernos anteriores en la deuda, solo se reúnen para prometer, a cambio de votos, solucionar dichos entuertos. Las horribles y calcinantes temperaturas superiores a los 40°C no solo calientan el techo de zinc de las residencias, tornándolas insoportables en el día, sino que también obligan a los moradores a refugiarse bajo la sombra de los árboles, porque todo está seco. ¡Quienes tienen la suerte de abrir el grifo y tener agua, bendiciones! Al resto, sus derechos humanos les son vulnerados.
El autor es politólogo, diplomático y escritor.