Hace solo dos semanas escribía con emoción y alegría que, finalmente, el país había entendido la importancia de proteger nuestros recursos naturales. Las masivas protestas lideradas por jóvenes y ambientalistas contra la minería a cielo abierto, fueron acogidas con entusiasmo por todo tipo de grupos a lo largo y ancho del país. El rechazo a una actividad tremendamente destructora y contaminante fue impresionante.
Tal contundencia produjo -entre idas y venidas- la aprobación de una moratoria minera, algo con lo que soñaba el movimiento ambientalista por décadas. Ahora se espera el fallo de la Corte Suprema de Justicia que ponga fin a un contrato que nunca debió ser.
Todavía hoy se mantiene la misma actitud esperanzadora, solidaria y festiva en las escalinatas de la Corte, donde se ha instalado una vigilia en espera del fallo. Allí se canta, se aprende, se analiza, se comparte. El espíritu original de la lucha sigue vivo allí.
Quienes esperan en las escalinatas de la Corte saben perfectamente que un fallo favorable no significa el fin de la batalla, sino solo un capítulo de lo que seguramente será un largo camino hasta lograr que Donoso recobre la biodiversidad perdida. Pero no hay vuelta atrás.
Sin embargo el movimiento se dividió, y hoy poderosos sindicatos y quienes les siguen, así como grupos originarios, mantienen la exigencia de derogar la ley que dio vida al contrato minero, sin que ningún argumento o explicación sobre la inconveniencia jurídica de esa vía, logre hacerlos entrar en razón.
La cosa no importaría si sus demandas las hicieran sin afectar a tanto inocente: para comenzar los estudiantes de los grupos socialmente más vulnerables del país. Cuando el movimiento se inició y se sumaron los profesores, pensé en la maravillosa oportunidad que se presentaba para que en cada escuela pública de cada ciudad y pueblo de este país, los profesores explicaron las implicaciones del cambio climático de manera transversal en cada asignatura, dándole herramientas científicas a nuestros chicos y convirtiéndoles en guerreros en defensa de la naturaleza. No pudo ser.
Hoy los chicos de las escuelas públicas siguen sin recibir clases, mientras en las escuelas privadas de este país, muchachos privilegiados se preparan para lograr sus sueños profesionales, provocando que la brecha de la desigualdad se siga abriendo dramáticamente por la vía del conocimiento.
Los cierres de vías que forman parte de la estrategia de lucha de este grupo están provocando también pérdidas de innumerables citas médicas, así como afectaciones terribles a cientos de pequeños empresarios, emprendedores, agricultores. Los perjuicios son enormes y hay mucho drama humano que, por lo visto, no interesa para nada a quienes han decidido que después de ellos, el diluvio.
Pero hay más, en el camino de hacer valer su argumento a costa de lo que sea necesario, han agredido con virulencia a todo el que opine distinto. La situación es tan grave, que están colocando carteles con la cara de periodistas que son críticos a su actuación, como si del viejo oeste se tratara. No se si lo ven, porque la soberbia obnubila, pero lo que hacen es propiciar la violencia. Una violencia que tristemente ya se cobró la vida de tres profesores y dejó sin un ojo al fotógrafo y activista Aubrey Baxter.
Aunque sigan alegando que su lucha es contra el contrato minero, es evidente que se trata de una excusa para mantenerse en las calles e imponer una agenda que ya pusieron en la mesa el año pasado, durante el famoso diálogo surgido tras las jornadas de protesta. No hay que olvidar que en aquella ocasión se negaron a que la corrupción fuera parte de la discusión. Curioso.
Quienes mantienen cerradas las calles, a nuestros chicos sin clase y propiciando la agresión a quienes discrepen, tienen todo el derecho a tener una agenda política y defenderla. Pero no por la fuerza, no afectando a las mayorías, no descalificando a todo el que discrepe, no alimentando una peligrosa polarización.
Es evidente que la batalla por la protección de la naturaleza provocó que emergiera con fuerza la ira ciudadana debido a tanto abuso de poder, tanto privilegio, tanta destrucción institucional, tanta mentira, corrupción e impunidad. Y por eso, tras ganar la primera batalla con la ley de moratoria, la ira se mantiene.
Pero lo cierto es que, mientras siguen los cierres de calles enfocados en la derogatoria de la ley que aprobó el contrato minero, el Gobierno calla y sigue adelante con su agenda que incluye entre otras cosas, la aprobación de un presupuesto para 2024 que, según denunciara el diputado Juan Diego Vázquez, profundiza en la opacidad y el despilfarro. Un despilfarro criminal que tuvo un triste ejemplo en el traslado de millones de dólares a los gobiernos locales afectos al gobierno, para hacer campaña en favor de un candidato que ha optado estos días de crisis por ser avestruz.
Hay mucho por hacer para que quienes han abusado del poder rindan cuentas. Todo lo demás es ruido. Sospechoso ruido.
La autora es presidenta de la Fundación Libertad Ciudadana, TI Panamá