Los miembros más jóvenes de nuestra sociedad, especialmente aquellos que provienen de familias de ingresos bajos y medios, y de zonas vulnerables, son víctimas de una persistente desigualdad y de la falta de inversión en su desarrollo. Históricamente, Panamá ha destinado alrededor del 1% de su presupuesto a programas relacionados con la salud, educación preescolar y protección. Esta baja inversión en una etapa crucial de la vida perpetúa las brechas de desigualdad y los ciclos de pobreza, limitando el potencial futuro de los niños según el lugar y las condiciones socioeconómicas de su nacimiento.
Los primeros años de vida representan una oportunidad única. Las investigaciones indican que el 90% del desarrollo cerebral ocurre entre el nacimiento y los cinco años, durante los cuales se crean más de un millón de conexiones neuronales por segundo, una tasa que no se repetirá en el futuro. Según el enfoque de desarrollo humano de Martha Nussbaum, quien divide el desarrollo en tres etapas —embarazo y primera infancia; niñez, adolescencia y juventud; y adultez y vejez—, la etapa inicial es fundamental para el desarrollo de las capacidades innatas.
Las experiencias tempranas moldean las conexiones neuronales, impactando el aprendizaje y las habilidades sociales a lo largo de la vida. Los programas de estimulación temprana y educación preescolar de calidad están vinculados a un mejor rendimiento académico, como lo demuestra la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Además, estudios del Harvard Center on the Developing Child evidencian que por cada dólar invertido en desarrollo infantil, se genera un retorno significativo en productividad y menores costos en salud, educación y criminalidad. La falta de inversión perpetúa las desigualdades sociales y aumenta los costos a largo plazo en servicios públicos.
Datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia/Panamá revelan una realidad preocupante: muchos niños en sus primeros años carecen de acceso a servicios de calidad en áreas como cuidado, estimulación, nutrición y educación. Solo el 3% de los niños menores de tres años accede a centros de atención integral, mayormente ubicados en áreas urbanas. Además, 4 de cada 10 niños de cuatro años no reciben educación preescolar, situación que se agrava en comunidades rurales e indígenas, exacerbando la desigualdad.
La atención a la primera infancia no solo es necesaria, sino que también representa un beneficio económico. Según la organización benéfica internacional Theirworld, por cada dólar invertido en el cuidado y desarrollo infantil, se obtiene un retorno de al menos 17 dólares. Mejorar el acceso a servicios de calidad puede romper los ciclos de pobreza, potenciar habilidades y promover la igualdad, condiciones esenciales para el crecimiento económico de un país.
A pesar de la evidencia sobre los beneficios de invertir en la primera infancia, surge la pregunta: ¿por qué no es una prioridad en los planes y presupuestos del gobierno? En este contexto, el documento “24 propuestas para el 2024″ de Jóvenes Unidos por la Educación aboga por mejorar la cobertura y calidad de la educación inicial y preescolar. Asimismo, la campaña “Act for Early Years” de Theirworld busca movilizar a los líderes para aumentar la inversión y garantizar el acceso universal a educación de calidad, servicios de salud y apoyo a las familias.
Cuando los primeros años se manejan adecuadamente, las oportunidades de vida de un niño pueden transformarse, impactando su salud, empleabilidad y contribución a la comunidad. Invertir en la primera infancia es, en última instancia, invertir en el Panamá del mañana. Es esencial ofrecer un paquete integral de atención que incluya educación de calidad, juego constructivo, atención médica apropiada, cuidado afectuoso, nutrición adecuada y protección para los más pequeños. Ahora es el momento de garantizar que nuestros niños tengan el mejor comienzo para una vida plena.
El autor es miembro de Jóvenes Unidos por la Educación.