Este 3 de noviembre culminan dos semanas de protestas desarrolladas en todo el país por gremios, sindicatos, ambientalistas, jóvenes y personas del campo, de las comarcas y de todas las edades que se han sumado desde distintos espacios, barriadas y calles.
Nos hemos sumado así, también, a la protesta global por la desatención de los gobiernos del mundo a los riesgos por el calentamiento global, que tuvo entre sus puntos de partida la huelga escolar semanal por el clima que inició la joven Greta Thunberg años atrás en Estocolmo, Suecia.
Durante décadas, Panamá ha conocido acciones llevadas a cabo por organizaciones sin fines de lucro, con una importante participación femenina, que se han pronunciado en defensa de zonas protegidas y en contra de actividades económicas y posturas políticas lesivas para el ambiente. Gracias a estas acciones, la demanda anterior al contrato de la minera fue declarado inconstitucional.
Lo ocurrido en las últimas dos semanas ha sido la gota que rebasó el vaso acumulado de indignación, hartazgo y cansancio por la pérdida de coherencia, institucionalidad y gobernabilidad. Se ha tratado a la ciudadanía como si careciera de criterio para encarar acciones que, motivadas por una clara avaricia, fracturan la institucionalidad en perjuicio de nuestro futuro.
Sin embargo, la juventud cuenta hoy con el poder de la información y con una sensibilidad frente a temas ambientales, que se han hecho sentir en estos días de protesta ciudadana.
Como panameña que en su adolescencia atravesó por el doloroso evento de la invasión del 20 de diciembre de 1989, estoy convencida de que la ciudadanía debe recuperar democráticamente lo que ha costado establecer sobre la sangre y las cenizas de compatriotas.
Panamá ha contado con la abundancia de su flora y fauna. Sin embargo, el cambio climático demuestra nuestra fragilidad y pone en evidencia la necesidad de consolidar la sostenibilidad de nuestra ruta interoceánica, mediante una economía basada en el conocimiento.
El gobierno de Panamá aún tiene la oportunidad invaluable de escuchar a su población y a las distintas disciplinas científicas, y reconducir sus acciones. Ojalá recuerde que, como lo dijera Eduardo Galeano, “no hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca”.
La autora es doctora en farmacología y presidenta de Ciencia en Panamá