En 1909, arriba a Cristóbal, en el vapor Allianca, de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, la familia del ingeniero mecánico John Edward Dierkes, que, como tantas otras, venía a construir la mayor obra de ingeniería vista en los trópicos: el Canal de Panamá. Traía el viejo navío a su esposa Mary LaCroix, de 30 años, de Filadelfia, al igual que él; a la hija mayor, Marie, de 10 años, y la menor, Kathryn, una chiquita, flaquita y vivaz de tres años. Ayudó al ingeniero Dierkes a construir las esclusas.
Según avanzaban estas obras, la familia era trasladada de un campamento a otro. Primero, residieron en el lado Pacífico, en Paraíso, Pedro Miguel, Miraflores y Diablo. Luego, en Culebra, cerca de las excavaciones del corte Gaillard o Corte Culebra, la parte más angosta y montañosa del Canal. Finalmente, en 1913, pasan a Gatún, en el lado muy lluvioso del Atlántico, y a punto de terminarse la mayor de las esclusas. Aquí vivirían cuatro años, hasta 1917, cuando regresan a Estados Unidos, instalándose en Vista, California.
Usualmente, la epopeya del Canal la han narrado adultos mayores importantes: políticos, militares, ingenieros o médicos. Pero merced a grandísima casualidad, tuve la gran fortuna de toparme con los recuerdos de infancia de Kathryn Dierkes. Entre 2001 y 2002 aparecieron en Épocas, la revista histórico-cultural que dirige mi querido amigo Mario Lewis Morgan, la cual aparecía mensualmente en el diario La Prensa, seis artículos con los recuerdos de Kathryn.

Debo explicar cómo obtuve tan interesante testimonio. En noviembre de 1999, las bibliotecas de los museos del Instituto Smithsonian auspiciaron en Washington la exposición “¡Make the Dirt Fly! Building the Panama Canal”, título que podría traducirse como “¡Que se levante la tierra! Construyendo el Canal de Panamá”. Incluyó la exposición un panel sobre el vital papel del Canal tanto en la ciencia como en la tecnología y la cultura popular de Estados Unidos. A este panel se me invitó a hablar sobre el estado ambiental de la cuenca del Canal, de cara a la reversión, pues, por cinco años, había coordinado un equipo de investigadores panameños y norteamericanos, con sede en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, que, entre 1995 y 1999, realizó el estudio titulado Proyecto de Monitoreo de los Recursos Naturales de la Cuenca del Canal.
Uno de los panelistas, William Worthington, del Museo Nacional de Historia Americana, uno de los 16 museos del Smithsonian, me invitó a revisar los archivos de ingeniería para ver si encontraba algo que pudiera ser de mi interés. Para mi gran sorpresa, entre las cajas de planos, documentos y fotos de las grandes obras de ingeniería, incluyendo el Canal de Panamá, reposaba el diario de Kathryn Dierkes, donado al museo por su hijo Jack Brewer Dierkes.
Worthington me facilitó la dirección de los descendientes de Kathryn, en Vista, California, quienes se alegraron al recibir mi llamada desde Panamá a fin de reconocerlos y expresarles mi interés de traducir los recuerdos de ella. Les pregunté si tenían fotos; me dijeron que muchas, pero que la mayoría se habían dañado cuando un gran terremoto rompió las tuberías de agua y anegó el sótano de la casa. Fue una gran pérdida para esta historia tan fascinante.
Pat Alvarado, de Cecropia Press, me ha editado los artículos que aparecieron en Épocas en el librito titulado “Una Niña en la construcción del canal. Kathryn Dierkes Brewer”, recién publicado por Amazon en formato impreso y digital.