Esta posibilidad me produce tanto temor como la vigente amenaza que representa Putin: que Donald Trump fuese electo otra vez presidente.
Hay una idea que he contemplado y que otros también habrán barajado sabiendo, al igual que yo, que por ahora es una quimera: que en las elecciones para el líder cuyas decisiones afectan para bien o para mal el destino del mundo, pudiesen opinar ciudadanos de todas las democracias, aunque fuese a través de votos especiales, para ser tenidos en cuenta, pero no sumados.
Aunque sólo es un escenario de muchos, la globalización podría eventualmente consolidarse con un gobierno mundial federalista conducido por la ONU. Fue la aspiración de grandes pensadores: Einstein, Churchill, Russell y Gandhi, además del club Bilderberg, que entiendo sigue trabajando hacia esa meta.
Lo traigo a colación porque si fuese el caso, la votación mundial sería condición sine qua non para ciudadanos de un gobierno mundial. Cavilemos sobre las consecuencias de una eventualidad peligrosa que sí es posible.
Si Trump fuera presidente, ¿qué pasaría con la OTAN, hoy una unión fuerte y consensuada, revigorizada con liderazgo atinado por la administración Biden tras su desgarro por Trump y cuya dramática importancia para la defensa de los estados miembros estamos viendo y viviendo? ¿Qué sería de las sanciones impuestas a Rusia por la OTAN, si Trump fuera presidente? ¿Seguiría Estados Unidos apoyando a Ucrania? ¿Qué pasaría con Irán y su determinación de convertirse en potencia nuclear, desvinculado por dictamen de Trump de un tratado que ofrecía tranquilidad al mundo?
¿A dónde irían a parar los progresos de la administración Biden de restaurar la confianza de Irán en la palabra dada por Estados Unidos?
¿Qué pasaría con el sitial y la imagen de Estados Unido, si Trump vuelve a sacar a Estados Unidos de la comisión para combatir el cambio climático?
¿Qué pasaría con el creciente poder de China si el adversario es Trump, que se satisface con un recibimiento de pompa, sin comprender los planes a largo plazo de un imperio sagazmente timoneado por Xi Jinping?
¿Cómo manejaría Trump las relaciones con Arabia Saudita, dadas las necesidades de más petróleo y su amistad con los príncipes?
¿Qué pasaría con Palestina, con un presidente que no es imparcial?
¿Qué pasaría con los migrantes latinos, si fueran otra vez sometidos al desprecio y maltrato que dictó Trump como política migratoria? Y, ¿qué respaldo ofrecería Trump a las migraciones en Europa que merecen apoyo moral, práctico y monetario?
¿Continuaría Trump coqueteando con los autócratas como Kim Jong-un de Corea del Norte, Putin en Rusia y el mismo Xi de China?
Hago mías estas preocupaciones no sólo como ser pensante y ciudadana del mundo, sino por el fenómeno de irracionalidad surgido en torno a la figura de Trump.
¿Qué será de la gloriosa democracia norteamericana con un mandatario que no respeta las leyes electorales y que haría cualquier trampa y triquiñuela para ganar y permanecer en el poder?
Si hay todavía norteamericanos que votan por un candidato que ha demostrado ser inepto, despectivo de normas y leyes, sin empatía en su psiquis y que vive para adquirir poder y riqueza como fin último, nos estarán lanzando al caos a todos.
La autora es escritora.