EDITORIAL

El único camino es la renuncia



La revelación que hizo ayer la procuradora general de la Nación, Kenia Porcell, no deja ninguna duda de la podredumbre que reina en la Corte Suprema de Justicia (CSJ). Los detalles de la conversación con el presidente encargado de este órgano del Estado, Hernán de León, son aterradores: Un magistrado que, avergonzado de la grabación ilegal que alguien tiene de él, admite presiones para anular un caso en el que él también sería una de las víctimas, pero que en vez de reaccionar como tal, responde al chantaje, propiciando con ello la impunidad, junto con otros magistrados cuyas decisiones judiciales son blanco ahora de razonables dudas. Aterrador también, porque revela no solo la existencia de los pinchazos a las comunicaciones de 150 víctimas, sino de, al menos, 5 mil, con copias –justamente para estos propósitos– ocultas en dos continentes. Y lo más preocupante: que haya magistrados que se han puesto de acuerdo para ser parte de este ardid que buscaría favorecer a un acusado. Ahora todo el país conoce de esta conspiración en contra de la justicia, en la que se han confabulado hasta una de sus propias víctimas, con el mezquino afán de que no se revele información comprometedora en su contra. Frente a este gravísimo escenario, los magistrados involucrados en esta conspiración que denuncia la procuradora deben presentar sus renuncias de inmediato, sin dilaciones, sin excusas, sin rehuir. Y si lo que quieren es quedarse, pese a todo, como es la tradición porque desconocen las palabras vergüenza y honor, la consecuencia será la carencia de legitimidad para emitir sus fallos: será cuestionada su estatura moral para decidir la inocencia o culpabilidad de nadie, sabiéndose –y sabiéndolo todos nosotros- que prefirieron pisotear la Constitución –esa que juraron defender y respetar- sumergidos en un escándalo que los perseguirá de por vida. Si algo de dignidad les queda, el único camino que tienen es la renuncia. Ojalá en esta ocasión sea la razón la que se imponga sobre el miedo y la desvergüenza.

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