En una época, la Universidad de Panamá fue el escenario y el eje de grandes luchas por la reivindicación de los derechos sociales de los panameños.
La misma también fue el centro de debates sobre los temas más cruciales del acontecer nacional y regional. Recuerdo que para las elecciones de 1984, luego de un prolongado letargo democrático, la Universidad de Panamá coordinó la presentación de los distintos candidatos presidenciales, siendo el patio de la Facultad de Humanidades el lugar donde se desarrolló este evento.
En los años más difíciles de la crisis política de los ochenta (1986-1988 para ser más precisos), la Universidad de Panamá mantuvo siempre sus puertas abiertas para el debate de nivel teórico.
Pocos días después de la invasión estadounidense a Panamá de diciembre de 1989 los estudiantes y profesores no dejaron de asistir a esta casa de estudios para estrechar sus opiniones y afinar su acción a corto plazo.
Siendo la principal casa de estudios superiores, por ella pasaron las principales propuestas para analizar y buscar formas de solución a los distintos problemas del acontecer nacional.
Incluso, los sábados y domingos había ambiente académico y cultural. Se contaba con un cine universitario, en la cual pude apreciar las mejores muestras de la producción cinematográfica latinoamericana, del Caribe y de otros confines del planeta.
Contaba la Universidad de Panamá con una extensa librería y una farmacia para brindar atenciones básicas a su comunidad estudiantil. Se trató de desarrollar el concepto de ciudad universitaria imperante en los países mayormente avanzados en este concepto.
Las universidades son centros de producción intelectual y espacios para debates de altura. Su ciclo de labores no debe circunscribirse a un horario escueto de lunes a viernes. Sus puertas deben permanecer abiertas a todo aquel que busque sus servicios.
Bajo la excusa de los frecuentes robos y la seguridad interna, la Universidad de Panamá fue cerrando paulatinamente algunos servicios y su horario de atención asemejándose bastante a un centro escolar de pre-media y media. Su otrora librería hoy brinda más café e Internet que otra cosa. Los debates de campaña electoral presentados en el Paraninfo buscaron otros escenarios. Existía un despacho de Bienestar Estudiantil con servicios variados, incluida alimentación de primera a los estudiantes de menos recursos. No sé como estará ahora.
Los grupos estudiantiles son muy diversos. Manejan los negocios de las copias y las tiendas. Muchos se alejaron de sus principios “revolucionarios” por las prebendas ofrecidas desde la Colina para garantizar apoyo al rector.
Otros se han convertido en movimientos estudiantiles light: bajos en azúcar, sal y un discurso superfluo. A muchos de sus líderes solo les anima la técnica del chateo, en la cual se intercambian informaciones nada interesantes.
Pocos líderes han mantenido su beligerancia y su compromiso con los grupos más vulnerables del país.
El problema con las universidades del Estado es que se han convertido en una fiel réplica de lo que ocurre con la política “clientelista” extra muros. Ocurren elecciones cada cuatro años donde los diferentes candidatos a rectorías y decanos prometen puestos de empleos a familias enteras y mejoras que jamás se hicieron en periodos pasados.
El actual rector, Eduardo Flores, prometió en su primera elección que no apoyaba la figura de la reelección y fue lo primero que hizo, retratando de cuerpo entero la misma demagogia con que se manejan los políticos tradicionales.
Si alguien realiza una crítica contra este esquema de nepotismo y corrupción, entonces se le tacha de enemigo de la “autonomía universitaria” y para eso están todos los fieles seguidores que han recibido jugosos beneficios de todas las administraciones.
Las universidades estatales no pueden seguir siendo feudos de los rectores y decanos de turno, ya que el dinero con el que funcionan pertenece a todos los panameños que pagamos múltiples impuestos. Este seguirá siendo un tema pendiente por resolver, pero que se sigue incubando como una bomba de tiempo que no aporta nada positivo al desarrollo científico y académico en nuestro país.
El autor es sociólogo y docente.