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Vapear como lucimiento social

Vapear se constituyó en un acto de esnobismo, de “clase” y hoy, mientras algunos esconden la parafernalia para hacerlo, entre las ropas interiores de las gavetas de sus muebles domiciliarios, o debajo de los colchones donde duermen poco, otros la lucen con petulancia, casi alados es ascensión de sus cuerpos, con hiperinflación toráxica, mientras pasean en los ocupados lugares de fiestas y otras reuniones sociales o trabajo, y hasta en las calles donde aparcan sus autos lujosos y lucen sus mujeres flacas y semi desnudas, escondidas detrás de maquillajes y otras obras del bisturí del escultor, también de moda.

El vapeo es la inhalación de un aerosol producido por el instrumento utilizado para ello, en suma, un cigarrillo electrónico, que también es joya, atuendo, muleta y cómplice.

En el año 2019 sonó la alarma de una enfermedad pulmonar nueva, VALI, por sus siglas en el idioma inglés (“Vaping-Associated Lung Illness”). Para entonces, la causa del intenso daño sobre la estructura respiratoria pulmonar era oscura, debido a la impureza del líquido utilizado para vaporizar. Un experimentado cirujano de tórax, de esos que removían todas las semanas pulmones carcomidos por células cancerosas o infecciones nosocomiales que comían tejidos como quien se come una pasta con queso parmesano, dijo nunca haber visto tanto destrozo de uno o ambos pulmones.

Eso no asustó a muchos y la negación de los hechos saltó a los bulliciosos estrados públicos, como opiniones de expertos fumadores y vapeadores que, incluso, negaban el carácter adictivo de la nicotina y de la marihuana, de lugar preferencial en la composición de los líquidos con aroma y sabor eróticos que ofrecían los cartuchos para vapear. La noticia del CDC (Center for Disease Control and Prevention, de los EU) sobre el cigarrillo electrónico para “vapear” decía entonces que el 77% de los casos de daño pulmonar recientemente descubiertos, descritos y analizados contenían marihuana.

No todos enfermaron, otros quedaron con secuelas, pero ya las estadísticas de salud pública las vapuleaban políticamente los más sabiondos. Todavía recuerdo una “conversación” de esas que cada uno habla y cada uno se oye, auxiliada con la agresividad de la pantalla del celular a pocos centímetros de mi cara y mostrando una página de la Clínica Mayo, para defender el argumento de que el vapear no es dañino, y en la inmensa nube blanca que le escondía el rostro a mi interlocutor, solo pude decir “Mayo Clinic está equivocado con esa afirmación, que ya ha sido corregida”.

El asunto se tradujo de una afirmación en febrero de 2018 del Dr. J. Taylor Hays, director del Centro de Dependencia a la Nicotina de la Clínica Mayo, quien sostenía que los químicos dañinos en el vapor eran similares a los encontrados en el cigarrillo de combustión, pero a mucho más bajas concentraciones de esos componentes dañinos, no a mucho más bajos daños. “Es más seguro, pero no es tan seguro”, fue una de sus frases. Sin embargo, para entonces, la nicotina era el único estimulante conocido, que era liberado por el cigarrillo electrónico. Con ella y el conocimiento limitado de entonces, el fumador tenía y, aparentemente, tiene argumentos y documento para espetarle a la cara a quien osara decir lo contrario. No servía porque no todos tenían acceso a los estudios y publicaciones como la del Proceedings of the National Academy of Sciences que revelaba que ratones expuestos al vapor de los cigarrillos electrónicos experimentaban daño del DNA, la molécula de ácido deoxiribonucleico, del hélix de los cromosomas, que aumenta el riesgo de cáncer y de enfermedad cardíaca.

Más tarde, el 17 de septiembre de ese mismo año, una publicación de la Clínica Mayo, titulada “Cigarrillos electrónicos: no una forma segura y sana de fumar”, corregía su afirmación previa. Tampoco llego la información a todos. La publicación revisaba cómo el cigarrillo electrónico, operado por batería que calienta una solución líquida (llamada por algunos “e-juice”), que puede contener nicotina en tan altas concentraciones como la nicotina encontrada en 3 paquetes de cigarrillo y otros ingredientes (sabores, propilenglicol, glicerina vegetal, etc.), convierte en vapor todo esto para ser inhalado.

Sabemos que marihuana es uno de los más populares componentes, contenido en el reservorio o tanque que será expuesto al calor en el cigarrillo electrónico. La noticia del FDA y el CDC entonces decía que, entre los enfermos y muertos por la enfermedad pulmonar inducida por el cigarrillo electrónico, 77% de ellos vapeaban marihuana. Los cigarrillos electrónicos no liberan vapor de agua. Antes de la pandemia por el coronavirus nuevo, tanto neumólogos como pediatras y padres de familia, teníamos una preocupación de salud pública, la epidemia del vapeo entre adolescentes.

Vapear es ilegal. La venta ilegal de productos para vapeo y para reemplazar el cigarrillo de combustión revela que estos productos poseen concentraciones muy altas de las sustancias adictivas, con lo que se aumenta la adicción a su uso entre más temprano y más se usen. De hecho, el uso superior es resultado de su inicio más temprano. En Inglaterra se ha revelado que ya en las escuelas primaria y secundaria, los niños y adolescentes son adictos al vapeo y se han comenzado a abrir clínicas para su tratamiento. En alguna región inglesa, el 14% de 14,000 niños encuestados admitieron que vapean más de una vez por semana. En Rotherham, el uso de cannabis y vapeo supera las frecuencias para sus grupos por edad, del promedio nacional.

Un estudio de la Universidad de Stanford, con la participación de 4,351 jóvenes en los 50 estados de la nación norteamericana, entre los 13 y 24 años de edad, reveló que entre los adolescentes que vapean existe 7 veces mayor riesgo de adquirir covid-19 que entre los no vapeadores. Una posible explicación es el daño que el vapeo produce en los pulmones, otra que vapear es ya parte de toda reunión social, donde se concentran y acercan las personas. Pero la otra gran preocupación es la industria de adictos que crece sin misericordia. Y, en una sola línea categórica: No hay evidencia suficiente que el uso del cigarrillo electrónico (e-cigarette) detiene la adicción al cigarrillo de combustión.

El autor es médico.


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