Cuando de un país se ausentan más de siete millones de sus ciudadanos, no es una democracia, es una dictadura. Cuando entre un 18% y un 22% de las personas se quieren ir de su país si vuelven a ganar los mismos, eso no es una democracia, es una dictadura. Cuando un tipo que escucha pajaritos quiere preparar cárceles para reeducar a los que se oponen, eso no es una democracia, es una dictadura.
Las democracias, como los chistes, si las tienes que explicar, no son graciosas, son terribles dictaduras en las que el que se ríe lo hace por miedo o complicidad, como la que muestran muchos ideólogos de salón, que con su tibieza (a la que tienen derecho) pretenden explicarnos —mejor que los que hacen malabarismos para comer cada día, para seguir estudiando o para poder seguir creyendo en el género humano— cómo funciona la incomprendida “democracia” en Venezuela.
Llegó el momento de situarse, no del lado correcto de la historia, ¡qué arrogancia!, sino del lado de los venezolanos, de los de carne y hueso, de los que están siendo asesinados, arrestados y privados de sus derechos hasta pisotear su dignidad por esta aberración caudillista llamada “chavismo”, que se apoderó de Venezuela y de América como una renovación del mito de Cuba, olvidando por pura maldad o absoluta ignorancia (escojan, no hay más opciones) que Venezuela y Cuba no son un experimento para ideólogos de salón: son personas que necesitan ahora mismo de nuestro apoyo.
Mientras llega la política seamos solidarios. Apoyemos la lucha del pueblo venezolano no cediendo una vez más a la mueca bufa que nos pone el chavismo; no le riamos el chiste macabro a los que nos quieren explicar que es una democracia, pero no la entendemos. Y no nos olvidemos de sus caras paniaguadas, ni de los de dentro ni de los de afuera, para afeárselo cuando esto haya pasado. Porque pasará, y alcanzaremos por fin la victoria.
El autor es escritor