El recorrido por la vida nos lleva, igual que como las estaciones, por senderos de renovación como la primavera o periodos de otoño o invierno donde las hojas caen. Cada ser humano tiene un ciclo el cual termina con la muerte, en el aspecto físico, para los que creemos que nuestra alma sigue en otro plano espiritual. Al participar de un sepelio y rendir la despedida a un ser querido, observamos cómo toda una historia de vida queda contenida en una urna, adornada con las flores de los de “paso lento” y los “nuevos retoños” de los descendientes, acompañada de un cirio encendido que nos recuerda la luz que le dio la bienvenida a este mundo durante su bautizo y ahora lo despide.
Toda la emoción y el dolor que se vive en las horas de duelo pueden ser aplacados por las anécdotas y los recuerdos del que “ya partió”. Una de las tareas de los dolientes es resumir la vida de un ser querido y los roles que desempeñó, para rendirle un tributo digno. Y es en esta narrativa donde siempre descubrimos aspectos desconocidos de la persona y la fotografía emocional de quien más convivió o lo acompañó en un periodo de prueba.
El poder despedir al ser querido que falleció nos permite enfrentar la realidad del tener que continuar sin su presencia. Sin embargo, independiente del tiempo transcurrido desde su partida, habrá momentos en los que sentimos que está presente.
¡Todos nos convertiremos en una fotografía! Me despido con este cuento:
La anciana del molino amarillo
El sol se despedía del imperio Tré. El vasallo caminaba junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.
-¿Qué cosa es lo que más te gusta de la vida, anciana?
La viejecilla del molino amarillo se entretenía en alzar los ojos hacia el ocaso.
-Los atardeceres, respondió.
El vasallo preguntó, confundido:
-¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol, allá, detrás de las verdes colinas de Tré. Y reafirmándose, exclamó: ¿Sabes? Yo prefiero los amaneceres.
La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaba. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo: los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas del sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma.
-¿Cosas? ¿De ti misma…? Inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.
Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
-¡Claro! La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú! Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio es precioso, al final llega a ser plenamente hermoso. ¡ Por eso, prefiero los atardeceres…! ¡ Mira!
La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del imperio Tré.
El vasallo guardó silencio.¡ Quedó absorto ante tanta belleza…!.
(Cuentos para ser humano: cuentos, películas y canciones con valores. 1ª. Edición. Buenos Aires: SB. 2007).
La autora es psiquiatra de niños y adolescentes