Que viene el lobo



El que a los humanos nos fascinen, entre los mamíferos, los grandes carnívoros es algo que se puede explicar por muchísimas razones. Elijamos una de las menos obvias: porque, sin ellos, la cadena misma de la vida se ve amenazada a causa del deterioro de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad. Un análisis detallado del impacto de los humanos en la supervivencia de 7 de los 31 grandes carnívoros –león, puma, leopardo, lince y lobo, entre ellos– ponía de manifiesto a principios de este año que la desaparición de uno solo de ellos provocaría una cascada de efectos capaz de afectar desde la dinámica de las enfermedades a la morfología de las corrientes marinas, pasando por más que posibles daños a los cultivos. El trabajo publicado por William Ripple –del Trophic Cascades Program– y sus colaboradores en la revista Science en enero de 2014 terminaba apuntando el reto social que tenemos para establecer pautas de convivencia con esos grandes carnívoros del que puede depender, en última instancia, nuestra propia supervivencia.

En contra de lo que cabía imaginar, esa amenaza a la biodiversidad con la que se abría el año recibe una brizna de esperanza gracias a otro trabajo publicado en la misma revista, Science, ahora que 2014 acaba. Guillaume Chapron, del departamento de Ecología en la Swedish University of Agricultural Sciences en Riddarhyttan, al frente de un nutrido equipo de investigadores con 75 miembros, ha analizado la situación de los osos pardos (Ursus arctos), linces (Lynx lynx), lobos (Canis lupus) y glotones (Gulo gulo) en Europa, sacando la conclusión de que un tercio del continente alberga al menos una de esas especies de grandes carnívoros con poblaciones estables que logran mantenerse con el paso del tiempo. Se trata de un resultado sorprendente porque Europa cuenta, como es obvio, con una concentración de seres humanos de densidad muy alta.

Chapron y colaboradores atribuyen a la legislación que protege el medioambiente y a la clara apuesta tanto popular como de los medios de prensa en favor de esas tesis conservacionistas el éxito en el mantenimiento de los grandes animales salvajes. Pero añaden una condición que es tal vez la más crucial: que hemos aprendido a vivir en compañía de osos, lobos y linces; que desde los tiempos ancestrales en los que eran competencia y amenaza para nuestras vidas, se ha pasado a la conciencia de que resulta preciso convivir en buena armonía y es posible hacerlo sin más que seguir algunas reglas básicas imprescindibles para mantener a nuestros vecinos. La primera de ellas, la de la educación acerca del paisaje compartido, la de grabar en la conciencia de los niños que el mundo no solo es nuestro por designio divino –como creían los pensadores liberales ilustrados–, sino que puede desaparecer si no mantenemos su equilibrio. La batalla se está ganando, pero lo importante es que la guerra acabe por desaparecer.

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