Las personas jóvenes alcanzaron una gran victoria con el fallo de la Corte Suprema de Justicia. Entiendo que aún hay muchas piedras que patear con las cotidianidades legales y los empujes políticos antes de que el fallo se implemente y Panamá se libere paulatinamente de la veteada minería. A la vez, es inevitable que mi entrenamiento de economista me señale la necesidad imperiosa de una serie de acciones contundentes para hacerle frente a los grandes retos de producción, consumo y distribución que enfrentaremos. Varios gobiernos han venido apostando a que la minería sería la solución a nuestra desaceleración económica, y hasta se atrevían a decir que apoyaría procesos de desarrollo social.
Las calificadoras tenían anotaditos esos ingresos de las minas para que Panamá hiciera frente a sus pagos de deuda externa. La pregunta es, y sin la mina, ¿qué hacemos? He escuchado nobles pronunciamientos sobre el potencial de un Panamá verde que vive de su trabajo digno. Mientras comparto por completo los sentimientos de estos pronunciamientos, es necesario que tanto el gobierno de turno como los candidatos a la presidencia en oposición muestren su calidad de líderes de Estado. Y no es el momento de propuestas. Es el momento de actuar. En Panamá, con una débil institucionalidad y bajos niveles de confianza interpersonal, hemos participado en decenas de mesas de diálogos para desarrollar varias visiones de país y regionales. Y esto se debe ver como un logro.
Las ideas de qué hacer ya están escritas, producto no solo de las experiencias sino también de análisis económicos, sociológicos y políticos.
Ya sabemos que el futuro de Panamá se encuentra en su potencial como centro logístico, en sus investigadores de las ciencias naturales, ciencias sociales y tecnología, en la innovación y uso no tradicional de productos y desechos agrícolas, en asegurarnos de que las zonas económicas especiales sí generen transferencia de conocimiento e incrementen el capital local, en su industria creativa y cultural, en un turismo sostenible.
Ya sabemos que tenemos que fortalecer las provincias y áreas comarcales por medio de inversión pública en infraestructura, educación y programas activos de inserción laboral.
Ya sabemos el gran retorno a la inversión que un sistema nacional de cuidados representaría.
Es necesario que el gobierno convoque a una mesa de acción para implementar estas visiones que las mesas de diálogo ya formularon. Es necesario que los candidatos de oposición dejen por un par de horas a la semana la muy necesaria contienda electoral para sentarse en esa mesa de acción para guiar y asesorar estos planes y comprometerse a seguir implementándolos si llegasen al poder político. Es necesario que todas las personas que se sienten en esa mesa sean transparentes sobre el tipo de inversión que será necesaria para lograr estos cambios. Es posible que esto ocurra mientras surjan llamados a la austeridad. En el contexto que vivimos, este reto sería una gran oportunidad, como un joven economista colega me decía hace poco para alentarme.
Ahora sí podemos cambiar la narrativa y dejar de preguntar cuánto es la deuda y enfocarnos en el para qué del gasto público, cuestionar de forma proactiva la sostenibilidad de nuestro modelo de desarrollo económico. La pandemia trajo nuevas mesas de diálogo, pero esas promesas de cambio perecieron resumiendo las nuevas propuestas. Es momento de actuar para asegurarnos que de esta gran oportunidad histórica sí surja un Panamá con menos desigualdad de ingresos y riqueza, con más diversificación productiva, y con un tejido social donde comencemos a confiar un poquito más en las personas que no conocemos.
El autor es economista