Daniel se me adelantó, otra vez. Los acontecimientos más relevantes parecen siempre ocurrir días antes de su escrito dominical. Creo que recurre a algún pacto satánico para beneficio personal. Como ya él describió, con brillantez, la presentación de Mujica en el hotel Sheraton, analizaré entonces la profundidad de sus enunciados más reiterativos. La temática de su charla fue similar a la que pronunció en el paraninfo universitario, aunque hubo diferencias notables en el escenario. Allá, la conferencia fue puntual, el audio funcionó a la perfección, nadie intentó robar protagonismo al expresidente, y el público asistente era probablemente menos corrupto e hipócrita, al menos en percepción. Salí, empero, satisfecho de ambas ponencias.
No es mi estilo adular a una persona con defectos y virtudes como cualquiera. Me parece justo resaltar, sin embargo, cuatro cualidades que distinguen su trayectoria pública y que lo separan del estereotipo de gobernante tradicional: humildad, franqueza, coherencia y humanismo. Independientemente de su ideología, la honestidad es uno de sus atributos más robustos, rasgo que permaneció inmutable pese a ostentar el cargo de mayor jerarquía política, recibir pleitesías de subalternos y enfrentar el clientelismo empresarial imperante en las democracias occidentales. Ahora bien, no olvidemos que Mujica fue exguerrillero tupamaro, quizás porque cuando uno es joven, ser soñador, rebelde y perseguidor de quimeras es típico de los individuos idealistas. Pero el fin por alcanzar loables objetivos no necesariamente justifica los medios utilizados. Estar al margen de la ley, minimizar actos criminales poniendo como excusa causas populistas, y respaldar secuestros para dar relieve a reivindicaciones subversivas son actitudes deplorables y condenables.
Don Pepe concedió muchos pregones a la felicidad. “Si no puedes ser feliz con pocas cosas, no vas a ser feliz con muchas”; “No hago apología de la pobreza, sino de la sobriedad”; o “Vivir mejor no es tener más, sino ser más feliz”. Aunque me identifico con esos decires, estar en permanente y rigurosa austeridad conlleva incomodidad y monotonía. Disfrutar de algunas holguras, después de tanto sacrificio personal y laboral, no lo percibo como comportamiento reprochable. Conviene enfatizar, no obstante, que tener algo de capital te distancia usualmente de deudas y preocupaciones, pero la obsesión por tener mucho te las puede aproximar. Apoyo, sin duda, su argumento de que los países no solo deben enfocar su rumbo en el producto interno bruto, sino también en un índice de felicidad que pondere fielmente el bienestar de la colectividad.
Aunque Mujica se ubica a la izquierda del espectro ideológico, algunas de sus ideas, claramente matizadas por la sabiduría etaria, contrastan con la anquilosis de pensamiento que padecen nuestros zurdos criollos. Con su sentencia: “Por encima de la ideología está la humanidad”, nos invita al despojo de rígidas etiquetas. Se aparta del nacionalismo radical al promover la inmigración de talentos foráneos para enriquecer las profesiones locales. “Debemos integrar la inteligencia y el conocimiento” resume perfectamente esa visión de estadista. Defiende la libertad, a ultranza: “Ser libre es gastar la mayor cantidad de tiempo de nuestra vida en aquello que nos gusta hacer”. Pero el concepto de libertad es para mí mucho más amplio: es también poder vivir en el país que te vio nacer, expresar tus ideas sin temor a represalias o votar por opciones democráticas diversas, facultades bastante esquivas en regímenes comunistas. Su concepción sobre la igualdad no es sinónimo de repartir riquezas, sino de equiparar oportunidades. La abismal asimetría social no se combate con subsidios y dádivas, sino con acceso a educación de calidad y empleo bien remunerado. Aunque critica con dureza el capitalismo como eje primario de los pueblos, se abstiene de demonizar a los individuos que se decantan por el mercantilismo como forma de vida, tan solo les aconseja no participar en política. José señala que esos mercaderes son tremendamente útiles para la sociedad, pero en posiciones sin directa vinculación con el poder gubernamental.
El ser humano desnuda su verdadero yo cuando se enfrenta a las más crueles adversidades. La prisión liberó a don Pepe de prejuicios, anarquismos y terquedades. Sus reflexiones, durante esa impuesta soledad, lo tornaron más tolerante y pragmático. Circunspección y mesura, como substratos del autoanálisis, hicieron evolucionar el hermetismo mental de su revolucionaria juventud. Conservó, eso sí, de manera inquebrantable, su raciocinio existencial. A diferencia de dictadores, criminales o ladrones que salen de la cárcel predicando el evangelio, Mujica mantuvo su ética atea. En la universidad culminó con una alocución lapidaria: “Para lo único que me sirve la religión es para tener a quien culpar de la estupidez humana”. Por su gran amor al prójimo, le cuesta creer que el Homo sapiens es esencialmente egoísta, perverso y depredador. Una especie que se destruye a sí misma tuvo que ser creada por una fuerza maquiavélica y sádica. Urge, agrego yo, forzar el pensamiento de especie si no queremos adelantar nuestra fecha de expiración. Porque la inventada deidad no existe o, a lo sumo, vegeta bajo la influencia de un permanente coma barbitúrico milenario…
El autor es médico