Changuinola ‘fruit company’

Changuinola ‘fruit company’


Desde el avión, lejos del suelo, se ven kilómetros y kilómetros de hectáreas iguales. Idénticas. Plantas, de unos tres metros de altura, de hojas largas y verdes.

Están sembradas en fila y, cada cierta cantidad de metros, un camino abierto que termina construyendo cuadrículas iguales.

Y hay miles. Miles de las plantas de banano.

El aeropuerto de Changuinola, como todo el pueblo, está organizado entre las plantaciones que da el fruto del que vive la mayoría de la población. Al costado de la pista, y tras solo un alambrado, más bananos.

Apenas el avión toca el suelo, y recorre unos metros, el primer cartel sobre un amplio hangar reza: “Sweet” Bocas. Debajo, el logotipo de la empresa Chiquita Brands.

Chiquita Brands se instaló en la provincia de Bocas del Toro en 1899. Desde esa época, saca por los puertos de la región toneladas de fruta rumbo a países del primer mundo. Lo hace casi desde siempre. O, mejor: desde que el pueblo no era pueblo y solo había campamentos de trabajadores, la mayoría, indígenas de la etnia Ngäbe-Buglé.

Changuinola, dicen sus habitantes, nació de la mano de la empresa, en medio del sol más caliente del trópico. Cada barrio no se llama barrio. Aquí son “fincas”. La empresa construyó calles, casas, alcantarillados y proveyó de servicios básicos –luz, agua– a la gente. Todo, alrededor de miles de hectáreas de banano. Legado de la fiebre del oro verde que aún hoy continúa, aunque con menos temperatura.

Según el Sindicato de Trabajadores de la Industria del Banano y Afines (Sitraibana), actualmente casi el 80% de la población de Changuinola trabaja en el sector bananero. Un trabajo que se hereda de padre a hijo. Casi una maldición.

La principal empresa, Bocas Fruit Company –filial local de Chiquita Brands–, controla 6 mil hectáreas de plantaciones. Desde el siglo XIX es la principal empleadora del pueblo. Y, hasta hace unos años, controlaba todos los servicios básicos. El Estado quedaba lejos. Lejísimo.

Tanta fue, y aún es, la dependencia, que en el pueblo la empresa es “mamita united”. Si mamita dice, si mamita pide, si mamita exige.

El último contrato ley que firmó la empresa con el Estado fue en 1998, durante el gobierno de Ernesto Pérez Balladares. El Estado arrendó a la empresa por 20 años –renovable– las plantaciones de Changuinola a cambio de un canon anual de un millón 200 mil dólares que, con los años, aumentaría.

Durante la mayor parte de su existencia, la empresa manejó los asuntos laborales sin contrapesos. Casi al final de la dictadura de Omar Torrijos, los trabajadores del banano lograron unirse y crearon el sindicato. Desde esa época, su principal objetivo es negociar los convenios colectivos de trabajo.

Hoy, según el sindicato, un jornalero independiente se lleva al bolsillo un dólar con 13 centavos por hora de trabajo. En un buen mes, gana unos 120 dólares por quincena. La Bocas Fruit Company paga un poco más: un dólar con 24 centavos por hora, según fuentes de la empresa.

A la mayoría de la gente el dinero que recibe no le alcanza para satisfacer las necesidades básicas. “Nosotros creemos que la empresa debe tratarnos como seres humanos que somos”, dice el jornalero Ernesto Jiménez.

En Changuinola no se puede renunciar y tocar la puerta de la empresa de enfrente. A pesar de que existen productores independientes y la Cooperativa Bananera Nacional (Cobana), todas las frutas terminan en un solo lugar: la Bocas Fruit Company.

Nadie puede, por contrato, venderle a una tercera empresa. Bocas Fruit Company dice que eso no es monopolio que, sencillamente, ningún competidor tiene en Panamá su infraestructura.

Los trabajadores, acorralados, solo pueden vender y trabajar para la empresa internacional.

Y no es cualquier trabajo: la esperanza de vida de un jornalero, que durante ocho horas se hunde en un bananal, es menor a la media de Panamá. Y la mayoría, según el sindicato, no llega a jubilarse.

Sí, en cambio, logra pensionarse por enfermedad. “50 años es lo máximo, lo demás Dios lo da de extra”, afirma el dirigente Milton Palacios.

Así: “de extra” y hay que hablar con Dios.

Según el Sitraibana, muchos trabajadores sufrieron problemas de fertilidad por la exposición a los químicos que se utilizan en las plantaciones. Algunos casos, aseguran, los tienen documentados. Sin embargo, no hay estadísticas oficiales.

La empresa, por su parte, se defiende asegurando que solo utiliza los productos aprobados por Panamá. Así lo afirmó a este diario un alto ejecutivo que pidió no ser identificado.

La salud del negocio, sin una política bananera nacional impulsada por el Estado, tampoco goza de buena salud. Hoy, Panamá dejó de ser una potencia y exporta alrededor de 12 millones de cajas de fruta al año, mientras que Costa Rica saca por sus puertos unas 110 millones de cajas al año.

El miedo a la decadencia se palpa en cada esquina de Changuinola. Una decadencia que ven en sus vecinos del otro lado del océano: en 2003 Chiquita Brands traspasó sus operaciones en Puerto Armuelles a una cooperativa y levantó campamento. El lugar nunca se recuperó.

“Siempre la empresa amenaza con irse, pero tiene 120 años de estar aquí”, dice Orlando López, miembro del sindicato.

Pero la amenaza más grande, según los trabajadores, llegó el 30 de junio pasado. Ese día la Bocas Fruit Company comunicó al sindicato que en forma unilateral dejaría de cobrar la cuota sindical tras la aprobación de la Ley 30, también conocida como 9 en 1.

Lo hizo, según fuentes sindicales, a pesar de que la norma indica que el trabajador debe solicitar la suspensión del pago.

El representante de la empresa en Changuinola, Pedro Cedeño, prefirió no hacer comentarios sobre este asunto, y sobre ningún otro.

A las pocas horas de recibir la circular de la Bocas Fruit Company, el sindicato se declaró en huelga y el 1 de julio pasado mandó a todos sus trabajadores a las calles. “Si se eliminaba el sindicato íbamos a quedar más esclavos todavía”, jura Ernesto Sánchez, trabajador del sector.

Nadie, a excepción de algunos dirigentes, conoce los detalles de la ley.

Pero eso no importa. En Changuinola, para los trabajadores, el sindicato cumple una función social que la empresa no está interesada en hacer ni el Estado logró hacer.

Tras varios días de paro, el 6 de julio pasado la ministra de Trabajo, Alma Cortés, se reunió con los trabajadores. Según algunos dirigentes que estuvieron en el encuentro, Cortés advirtió que no había marcha atrás con la Ley 30. La ministra habló y habló. Y luego se fue sin el esperado “humo blanco”.

Dos días después, y tras varios días de diálogo con los trabajadores, la Policía Nacional salió del cuartel con la orden de despejar las vías, que no permitían el abastecimiento de Changuinola.

Tiros, bombas, piedras, fuego, heridos y muerte. Y todo el país, y el resto del mundo, supieron del conflicto.

El domingo pasado llegó la paz tras una negociación entre el sindicato y el Ejecutivo. En el medio de las negociaciones, los representantes de la Bocas Fruit Company le pidieron al Ejecutivo que firmara un documento en el que eximían a la empresa de cualquier responsabilidad en el conflicto. “Ustedes son unos irresponsables”, fue la respuesta, según fuentes del Ejecutivo.

Hoy, Changuinola es el centro de atención de las autoridades y los medios.

Pero cuando pase el tiempo y las luces se apaguen, casi todo el pueblo volverá a trabajar al bananal. Y allí manda “mamita”.

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