Carmela Santos tiene cuatro días de estar en Panamá. Es su primera vez en la capital y la razón de su visita no es agradable. Tuvo que viajar de urgencia desde Changuinola para tener noticias de su esposo, Alfredo Jiménez, uno de los heridos –que perdió la visión– durante los enfrentamientos entre trabajadores bananeros que se declararon en huelga en rechazo a la llamada ley “9 en 1” y los agentes de control de multitudes, en Bocas del Toro.
Carmela dejó en Changuinola, bajo el cuidado de su madre, a sus tres hijos –uno de cincos años, otro de tres años y uno de un año y siete meses– y abordó un avión (que puso a disposición de los familiares de los heridos el Gobierno) a fin de acompañar a su esposo –hasta donde se lo permitan los médicos–, que está recluido desde hace ocho días en el hospital Santo Tomás.
Su esposo, Alfredo, tiene 27 años. Relata que el pasado jueves –día que comenzaron los enfrentamientos– transitaba por finca 12, camino a la Caja de Seguro Social, donde buscaría los resultados de un examen médico que le pedían en la compañía bananera para poder aplicar a un trabajo. Pero en el trayecto vio a un amigo vomitar sangre producto de un disparo en el abdomen que un antimotín le hizo durante los enfrentamientos. Corrió a socorrerlo, pero en el intento resultó herido en ambos ojos.
“Tengan misericordia, por favor”, cuenta Alfredo que le gritó al policía mientras intentaba sacar del lugar de la refriega a su amigo. “¡Qué misericordia!”, fue la respuesta que le dio el policía, según narró, y luego, a pocos metros, le disparó con su arma los perdigones que lo dejaron completamente ciego.
En otra sala del tercer piso del hospital Santo Tomás, la madre de Abraham Morales le acaricia la cabeza. Las lágrimas empapan el rostro de Bertilda Bonilla, quien hacía pocas horas había llegado a la ciudad y animaba a su hijo, luego de conocer su situación. Por el rostro de Abraham también corrió una lágrima, pero es parte de la secreción que emana del ojo que fue impactado por el perdigón. Su madre tenía ocho días que no lo veía.
Él asegura que no estaba en la manifestación. Que estaba afuera de su casa cuando un disparo sorpresivo le alcanzó el ojo el pasado sábado, durante los enfrentamientos en el sector del Empalme. Fue operado para extraerle el plomo, pero tiene una infección que los médicos tratan de controlar. “No veo nada por este ojo. No lo veo a usted”, dijo mientras colocó una de sus manos sobre el ojo en buen estado.
“Él era el sustento de la familia. Pero aunque me den todo el oro del mundo, yo prefiero que le devuelvan su ojo”, dijo entre sollozos la madre.
A un costado de la sala de Alfredo está Tácito Taylor, otro herido durante los enfrentamientos en finca 12. Había regresado al lugar de las protestas al mediodía del jueves, tras un corto descanso en su casa, ya que había amanecido cuidando la barricada que instaló junto a sus compañeros de las bananeras que estaban en huelga.
Al momento del enfrentamiento Tácito vio que uno de los policías apuntaba hacia un área por donde caminaba una mujer y una niña que habían ido a cobrar la beca que da el Instituto para la Formación y Aprovechamiento de los Recursos Humanos. Al protegerlas del disparo fue impactado en uno de sus ojos.
Son 52 historias diferentes, pero con un denominador común: hombres heridos de perdigón en los ojos, que dejó el enfrentamiento entre los antimotines, cuando la policía intentó despejar las calles de la ciudad, que estaban completamente sitiadas por los huelguistas, que impedían el tránsito desde el puente sobre el río Changuinola, a escasos kilómetros de la frontera con Costa Rica.
Los huelguistas respondieron con piedras, palos y bombas molotov a los policías, hiriendo a 33 de ellos según la Policía.
Por el lado de los manifestantes, la cantidad de afectados la logró confirmar el sacerdote Félix de Lama, de la pastoral indígena de la Arquidiócesis de Panamá. De Lama recorre diariamente el hospital Santo Tomas, la especializada de la Caja de Seguro Social y el hospital San Miguel Arcángel para anotar a todo aquel que llega herido.
“Hay policías a la entrada de las salas y no los dejan recibir visitas, porque están privados de libertad, así dijeron. Sé de personas que han querido ir a visitarlos, pero no les han dejado entrar”, detalla un informe recibido por las autoridades de la Iglesia católica.
Los heridos en los ojos no solo tuvieron que soportar el dolor de los perdigonazos que los mantienen en la zozobra de si podrán recuperar la visión, sino también las burlas de los policías que los custodiaban en el hospital. Algunos heridos aseguran que estuvieron “amarrados” con esposas a sus camas del hospital y que, incluso, algunos policías les preguntaban –en tono de burla– si querían regresar a tirar piedras.
Conocido el estado de los heridos, la reacción de los grupos que velan por los derechos humanos llegó.
El sacerdote Conrado Sanjur manifestó que durante la represión policial se violaron normas internacionales que prohíben disparar perdigones a corta distancia y de la cintura hacia arriba de los manifestantes.
No solo los grupos organizados de derechos humanos y la Defensoría del Pueblo alzaron su voz de protesta. Ex funcionarios vinculados a la seguridad pública en la administración de Guillermo Endara, Ernesto Pérez Balladares, Mireya Moscoso y Martín Torrijos (los últimos 20 años) aseguraron que durante sus períodos de gobierno nunca usaron perdigones de plomo para dispersar manifestaciones.
Uno de ellos, el ex ministro de Gobierno y Justicia Raúl Montenegro, aseguró que hubo “exceso de fuerza” durante la represión en Bocas del Toro, sobre todo por la cantidad de personas que resultaron con heridas de perdigón de la cintura para arriba. En esa misma línea se pronunció el ex jefe del consejo de seguridad de Endara, Menalco Solís.