Curundú: laberinto de historias

Curundú: laberinto de historias


Esta mujer canta a los gritos y nadie la mira. Lleva puesta una paruma, está descalza. Le cubre el pecho un suéter deslavado y toda la calle se llena con su voz.

Sentada sobre un montón de tablas, junto al edificio Gemsa, por delante de ella pasan niños y mujeres a la carrera.

“¡Qué bonitos zapatos tengooooooo! ¡Qué bonitos, qué bonitossssssss!”. Sube un tono, regresa a una nota más baja. Agita los brazos y hace como que baila.

En la Junta Comunal de Curundú, al lado del edificio donde canta la mujer emberá , está Rigoberto Araúz, suplente del “honorable”.

“Lo que más hay son problemas con los jóvenes”, cuenta , cuando se le pregunta cuál es el principal lío en el corregimiento de Curundú.

Unos días antes, un pastor evangélico llegó agitado al cuartel de Policía, a pocos pasos de la Junta: “Los muchachos están tranquilos allá por el río y pasan tirando. Ahorita... ¡ahorita acaba de pasar”, decía.

Detrás de las multis - la verde, la chocolate y la amarilla- discurre el río Curundú. Como parte de los trabajos de renovación que realiza la empresa Norberto Odebrecht y el Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial (Miviot), una cuadrilla de jóvenes desmonta la ribera, ahogada en paja canalera.

“¡Bum, bum, bum, bum!”, se escucha acá, por la escuela Marie Pouseppín. Pero ni Etelvina ni Gloria interrumpen el recorrido. “Aquí hay muchas cosas que no se pueden decir”, comenta después una de ellas, a propósito de los balazos.

A la mujer emberá la alcanza el mediodía gris cantando y nadie pregunta por qué. Poco importa saberlo.

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