El sol estaba en todo su apogeo y el ambiente era de fiesta. La comunidad ngöbe de Hato Corotú era la anfitriona del evento y las comunidades vecinas sus invitadas. El escenario: una gran ladera rodeada por chiqueros y campamentos, donde las familias se refugiaban y compartían "la chicha".
Para la ocasión, los hombres decoraron sus cabezas con plumas, pieles y hasta máscaras de lucha libre. En sus espaldas colgaban trofeos de animales disecados. Su vestimenta era acompañada con algún instrumento musical rudimentario como cuernos, conchas o caparazones de tortuga, que a su vez llenaban el ambiente con sonidos alucinantes. Y por donde se paseara la mirada, habían grupos jugando a la balsa.
El juego se efectúa entre dos grupos: uno rota a un lanzador y el miembro del otro grupo recibe el golpe. Una vara de madera de balsa, de unos dos metros de largo, se lanza hacia las pantorrillas del contrincante. El objetivo es tirarlo al suelo y así medir la fuerza y valentía de los competidores que también se miden a puños en la balsería.
La pelea termina cuando uno de los dos se rinde y luego ambos peleadores estrechan sus manos en señal de amistad.
Para ciertos ngöbes la presencia de la cámara fotográfica es intolerable durante la balsería, a tal extremo que uno de los participantes me propinó un certero "matapuerco" al mentón derecho y reclamó la razón de mi presencia. Sentí temor y algo de ira, pero solo el hecho de haber participado de tal evento curó cualquier dolor.
Para el que no es ngöbe, la balsería puede ser un evento salvaje y sin control, pero para el pueblo ngöbe representa el valor, el compartir y la amistad.