Incansable defensora de la democracia



WASHINGTON, D.C. El viernes pasado, en Baltimore, Maryland, falleció Adelaide Eisenmann Newburger, una dama estadounidense con la que la democracia panameña tiene una deuda grande.

Adelaide, que tenía 93 años, era viuda de Richard Eisenmann y tía de Roberto Bobby Eisenmann, el fundador de este diario. Cuando yo la conocí en 1986, poco después de llegar a Washington, ella ya llevaba décadas de ser activista social y pilar firme del Partido Demócrata, donde aprendió a navegar por todos los laberintos políticos de Washington. Sus memorias, publicadas en 2007, cuentan de sus encuentros con figuras como Eleanor Roosevelt, Lyndon Johnson, y otros demócratas.

Pero Adelaide era una mujer que valoraba los principios por encima de la política, y su vida es un homenaje al poder de la perseverancia. A mediados de los años 70, cuando el demócrata Jimmy Carter llegó a la Casa Blanca después de ocho años de presidentes republicanos, ella no titubeó en criticar a Carter por desatender los derechos humanos en Panamá, en su afán por firmar los tratados canaleros. Con Richard, ella fundó en Washington el Comité Panameño por los Derechos Humanos.

No fue una lucha fácil. En sus memorias, Adelaide relató que a la época, ella fue a la Casa Blanca para reunirse con un alto funcionario del gobierno de Carter, y le entregó tres volúmenes en los que se detallaban los abusos de derechos humanos del gobierno de Omar Torrijos. El funcionario respondió: “Sé que lo que dice es cierto, pero no haremos nada al respecto porque Carter quiere el tratado”. Señaló Adelaide, “eso me enfermó, pero ese fue el comienzo”.

Así, desde 1975 en adelante, como ha escrito la reconocida columnista estadounidense Georgie Anne Geyer, la posición inflexible de Adelaide fue “tiene que haber democracia en Panamá”, postura que defendió de manera “incansable”. Dice Geyer: “Cabildeaba a los congresistas. Escribía proyectos de ley. Atormentaba a todo el que pudiera ayudar”. Junto a Richard, Adelaide preparaba paquetes de material sobre las violaciones de derechos humanos de la dictadura torrijista y los enviaba a los congresistas y senadores que viajaban a Panamá durante la negociación de los tratados. Atestiguó en múltiples audiencias sobre Panamá en el Congreso.

Al final, hay que reconocerle a Adelaide que su insistencia en el tema de los derechos humanos fue una de las razones por las que los tratados exigieron que Torrijos permitiera el retorno de los exiliados y el restablecimiento de la libertad de prensa, que dio lugar al nacimiento de este diario.

En la próxima década, aun después de la muerte de Richard, en 1986, Adelaide siguió luchando por los derechos humanos en Panamá. Hizo todo lo posible para apoyar la labor de la Cruzada Civilista en Washington: abriendo puertas, haciendo citas en el Congreso, presionando incesantemente a todos sus cientos de contactos. El panameño Marcos Wilson, uno de los colaboradores de la Cruzada en Washington, observó con admiración (e intraduciblemente) que “Adelaide is a black belt in rolodexing”.

Al caer la dictadura, Adelaide continuó su lucha. Se ofreció para buscar ayuda humanitaria después de la invasión, a reclutar a observadores internacionales para los plebiscitos y elecciones, y a presionar al gobierno de Bill Clinton sobre temas panameños. Fundó un Premio de Periodismo en Derechos Humanos.

En reconocimiento de toda esta labor, el Gobierno panameño condecoró a Adelaide en dos ocasiones. Se le otorgó la Orden Vasco Núñez de Balboa, en 1992, y la Orden Manuel Amador Guerrero (en el grado de Gran Oficial) en 2001.

El domingo, en Washington, se celebrará un acto religioso en su memoria.

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