La semana pasada, la cantante Shakira comprometió a varios presidentes –entre ellos al de Panamá– a cubrir la educación, nutrición y salud de todos los niños menores de seis años de América Latina. Lo hizo representando a la fundación Alas –que ella creó–, durante la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, donde presentó la “Alianza Regional por el Desarrollo Infantil Temprano”.
Pero ese compromiso no es nuevo: hace tres años, Alas anunció, con bombos y platillos, su intención de “desarrollar programas para combatir la pobreza, la desnutrición, el hambre y el trabajo infantil”.
En diciembre de 2006, la fundación fue lanzada mundialmente en el Teatro Nacional frente a 18 millonarios empresarios, 16 mega artistas, un ex presidente (Felipe González) y un escritor (Jaime Bayly). Todos se desplazaron sin problemas, luego de que a los vecinos del Casco Antiguo les vedaran aparcar sus carros en el área.
En una gala cargada de lujo –durante dos días, 10 mujeres del barrio lustraron las barandas del teatro– y dominada por discursos de amor e igualdad social, la fundación se autodenominó “el mayor movimiento solidario de la historia del continente”. Eligió la Ciudad del Saber para construir su sede permanente y le declaró la “guerra a la pobreza”.
El telón se cerró, pero la pobreza sigue ahí. Según la Encuesta de Niveles de Vida, presentada el mes pasado, en Panamá, un millón 90 mil personas –32.7% de la población– viven en situación de pobreza.
En la presentación de Alas, el mexicano Carlos Slim dijo que, para cumplir con su fin, la fundación tendría que realizar conciertos benéficos y recaudar aportes. Sin embargo, ninguno de los empresarios presentes se comprometió públicamente a apoyar económicamente la fundación.
Alas –según explicó su relacionista pública Ruth Infarinato– “no recauda fondos ni administra dinero”. Solo “propone proyectos”. Así, en noviembre de 2008, sus miembros hicieron uso de sus contactos y les hablaron en El Salvador a los mandatarios de la región sobre la necesidad de la estimulación temprana en los niños.
En mayo de 2008, Alas realizó dos conciertos (en México y Argentina), y prometió organizar más eventos de igual magnitud. La promesa quedó en palabras.
Además, en septiembre de 2007 varios artistas apoyaron una campaña a beneficio de las víctimas del terremoto en Perú. Sin embargo, no se hicieron públicos los resultados de esta. Al parecer, la fundación se ha regido bajo las palabras de su ex director Lautaro García, quien declaró que había que cambiar el término “beneficencia” por “solidaridad”.
Pero esa “solidaridad” se ha visto opacada por líos legales. En marzo de 2009, al secretario de su junta de directores, José María Michavila, y a su director general, Carlos Clemente se les comprobó su vinculación en una trama de tráfico de influencias, blanqueo de capitales y fraude fiscal. En Panamá, la labor ha sido silenciosa. Tanto, que la fundación ya no tiene ocho colaboradores, como en 2006, sino solo “dos o tres”. Por ello, sostiene Jorge Arosemena, director de la Ciudad del Saber, su oficina fue reemplazada en julio de este año por una más chica en el edificio Century Tower (en la vía Ricardo J. Alfaro).
“Es lógico para una fundación aprovechar oportunidades en reducción de costos operativos”, se justifica Infarinato, para quien la mudanza no es síntoma del fracaso de la organización.
Pero a pesar de sus ambiciosas propuestas, en Panamá la Fundación Alas solo ha logrado sumar a un representante del Gobierno a su Secretaría de la Primera Infancia para América Latina y el Caribe.