Martina y la alarma contra las olas

Martina y la alarma contra las olas


La isla Robinson Crusoe está lejos. Forma parte del archipiélago Juan Fernández, territorio insular chileno en el Pacífico sur. La costa más cercana está a 650 kilómetros. Una población de alrededor de 600 personas la habita.

La isla Robinson Crusoe se llama así porque allí vivió, como náufrago durante cuatro años (hasta 1709 cuando fue rescatado), el marino escocés Alexander Selkirk, en cuya historia se basó en parte Daniel Defoe para componer su famosa novela, que lleva ese nombre.

Es la única del archipiélago donde vive gente, y solo hay un poblado, San Juan Bautista. Está ubicado en el fondo de la bahía de Cumberland, una especie de caleta que se estrecha y culmina justo donde se levantan las casas, que ascienden desde la costa hacia empinadas laderas.

El pasado 27 de febrero, un terremoto de 8.8 grados en la escala Richter sacudió la zona centro-sur de Chile. En las islas Juan Fernández se sintió, aunque con mucha menor intensidad. Pero algo peor estaba por suceder allí.

Martina Maturana tiene 12 años. Sus mejillas rosadas sostienen la mirada de unos grandes ojos oscuros que miran el mundo con avidez y, todavía, con inocencia. Martina juega y corre y sonríe, frente a las cámaras de la televisión. Pero el 28 de febrero no sonrió. Tenía miedo. Aproximadamente a las 3:45 de la madrugada, había sentido el temblor.

“No quería mirar afuera porque no sabía con qué me iba a encontrar”, dice a una reportera de CNN Chile sobre lo que pensó, luego que sintió que la tierra temblaba y oyó una extraña agitación en el mar.

El diario La Tercera cuenta que Martina alertó a su padre, Ignacio Maturana, un carabinero destacado en San Juan Bautista. Este a su vez llamó al abuelo de Martina, quien vive en Valparaíso y este les contó de la magnitud del terremoto. Cuando Martina se enteró de lo que había pasado en tierra firme por boca de su padre, reaccionó. Por fin se atrevió a mirar. Afuera, los botes de los pescadores se agitaban. Algo venía.

Le pidió a su madre que buscara a su hermano más chico y salieran rápido de la casa y acordó con su padre ir a dar aviso al pueblo de inmediato.

En la plaza de San Miguel hay un pequeño gong. Es un rudimentario sistema de alarma que los isleños instalaron hace años. Sirve para alertar a los pobladores sobre incendios, tormentas y, sí, tsunamis.

Pero Martina no sabía las claves: dos golpes para fuegos, tres para derrumbes, etc. A todo lo que dio, hizo sonar la alarma hasta que despertó a todo el pueblo.

Apenas minutos después, el tiempo suficiente para que la gente saliera de sus casas y corriera hacia la montaña, una enorme ola empezó a barrer la línea costera, llevándose por delante todo lo que encontró.

Las aguas del océano entraron hasta unos 300 metros dentro del poblado. Testigos han dicho que el nivel del mar llegó a subir hasta 20 metros.

Para al menos ocho personas, sin embargo, el anuncio no fue suficiente, murieron. Otras 13 estaban desaparecidas hasta este sábado.

Pero la gratitud de la mayoría es inocultable. “Martina nos salvó la vida”, contó al diario El País, de España, el chileno Miguel Rojas a través de un correo electrónico enviado desde la única computadora con línea que quedó activa en la isla después del desastre.

El terror llega al paraíso Paisajes de ensueño. Acantilados donde las olas revientan con paciencia y poder. Bosques tupidos y praderas eternas que acaban abruptamente. Y el océano Pacífico alrededor. Las islas de Juan Fernández tienen paisajes cercanos al paraíso. Por esta razón, su población se ha visto incrementada en los últimos años, así como la actividad turística.

La Unesco declaró a las islas en 1977 como Reserva Mundial de la Biosfera. El archipiélago debe su nombre al navegante español que las descubrió en la segunda mitad de 1500, recuerda la agencia noticiosa Ansa.

Cubre una superficie de 147 kilómetros cuadrados y es de origen volcánico.

Sus tres islas principales -Robinson Crusoe, Alejandro Selkirk y Santa Clara- están habitadas por pocos centenares de personas, en su mayoría dedicadas a la pesca de langosta.

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