El alegato final ayer del abogado Yves Leberquier, uno de los defensores de Manuel Antonio Noriega, fue un ataque fuerte a la política exterior de Estados Unidos y a la “honestidad” del proceso en Miami que, en 1992, condenó al ex dictador por narcotráfico y gangsterismo.
El día antes, martes, Noriega se había pintado como “víctima” de una conspiración estadounidense y de un “montaje” en los procesos contra él. El defensor Leberquier continuó con esa tesis ayer, llevándola a su punto máximo.
Con enojo y pasión, Leberquier afirmó que si los fiscales han pedido la pena máxima de 10 años para Noriega, la “única explicación” por esta postura severa es porque Estados Unidos desea que Noriega muera sin poder regresar a Panamá.
“No quieren que el general Noriega retorne a Panamá. Es la única explicación”, aseguró el abogado, acusando a Francia de “nuevamente estar actuando según los intereses de Estados Unidos”.
Una y otra vez durante su alegato, Leberquier repitió este argumento al panel de tres magistrados que juzga a Noriega.
“Ustedes son un tribunal independiente... no pueden esconderse en el dossier y decir que el resto no les interesa”. El contexto político del caso es “un elemento fundamental”, arguyó el abogado, no sin sostener que a Noriega le fue injustamente prohibido hablar de eso en el juicio en Miami.
¿Cual es el contexto político? Que Washington necesitaba a toda costa “deshacerse de Noriega”. Por eso hubo una invasión militar a Panamá en 1989, y por eso fue necesario que Noriega fuera condenado por narcotráfico, “para legitimar la invasión”.
Para sostener esa tesis, Leberquier incluso se remontó a 1903, afirmando que la independencia de Panamá se debe a que “los americanos hicieron entonces lo mismo que en 1989”. Sacó una enciclopedia Larousse del maletín y leyó allí que en 1987 y en adelante, los intentos de Washington para hacer que Noriega saliera del poder se hicieron “bajo el pretexto de restablecer una verdadera democracia en Panamá”.
El abogado alegó que el gobierno de Ronald Reagan había intentado negociar la salida voluntaria de Noriega, dejando entrever que Washington se enfureció cuando él rehusó hacerlo.
Claro que, según Leberquier, Reagan y George H. W. Bush ya estaban “furiosos” por la firma de los Tratados Torrijos-Carter y buscaban la manera de retroceder sobre los compromisos referentes al Canal y la presencia militar en el istmo, siéndoles intolerable que Noriega rehusara ceder a sus presiones sobre eso. Por eso, “tenían que deshacerse de él”, repitió Leberquier varias veces. También por eso le declararon “una guerra económica” a Panamá que obligó a que Noriega moviera su dinero al extranjero.
Todo aquello explica “la gran mascarada” del proceso penal contra Noriega en Miami, que para Leberquier no tuvo nada de “honesto”.
Este repasó algunas de las muchas irregularidades de ese juicio, sobre todo los pactos entre la Fiscalía y los narcotraficantes que atestiguaron contra Noriega. No omitió leer las notorias cartas de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) que felicitaban a Noriega por su colaboración valiosa en la lucha contra el narcotráfico. Tampoco dejó por fuera los testimonios de Arthur Davis (ex embajador de Estados Unidos en Panamá) y de Donald Winters (ex jefe de la CIA). Ambos defendieron la inocencia de Noriega cuando se celebró una audiencia para rebajarle la pena (reducida de 40 años a 30).
Pero en estas irregularidades y contradicciones no hay nada nuevo. Todo se ventiló ampliamente en Estados Unidos. Primero en el juicio y después en las apelaciones que llegaron hasta la Corte Suprema de ese país, donde fueron desestimadas.
Ni siquiera es nuevo que los defensores de Noriega lo pinten como víctima: en Miami, Frank Rubino lo ha hecho mil veces. Solo es nuevo que los defensores franceses se unan al coro, y de manera tan apasionada.