PIÑATA. La otra noche tuve un sueño. Bueno, en realidad fue una terrible pesadilla. Todo se desarrolló en una fiesta de niños y en casa de gente que yo no conocía. A la que, desgraciadamente, sí reconocí, fue a la bola de depredadores locales que parecían estar divirtiéndose mucho. Allí estaban Richard Fifer –y su cantalante Carlos Salazar–, Gabriel Diez junto al alcalde de San Carlos; Charro Espino, Jean Figali, Rodney Zelenka, Evangelina Crespo, el grupo de arquitectos que tanto bodrio ha diseñado en este país y, cómo no, sus cómplices oficiales: el ex alcalde Juan Carlos Navarro y los ex funcionarios Jaime Salas y José Batista.
La sola llegada al lugar fue un verdadero drama, pues resulta que la fiestecita se celebraba en uno de esos barrios hechos sin planificación alguna, donde las áreas verdes y espacios públicos brillaban por su ausencia. Estrechas calles, aceras donde solo cabía una persona, y la interminable hilera de casas iguales, me empezaba a marear. La ausencia de árboles, jardines o parques me hacía sentir en un verdadero desierto. Finalmente encontré el número de la casa que indicaba la invitación; empujé la verja, y los vi a todos. Un verdadero horror. Volví a sentirme mareada y lo peor era que no había ni un palo de mango bajo el cual refugiarme. Nada. Todo estaba cubierto por cemento. El frente de la casa, los laterales y el patio.
Todo de cemento. “¿No le parece hermoso y práctico? Eliminamos toda esa yerba tan molesta, y los árboles que solo ensucian con sus hojas el patio”, me explicaba el dueño de la casa con visible orgullo, provocando el aplauso general. Pero cuando pensé que nada más terrible me podía pasar, alguien anunció que llegaba la hora de la piñata… y, horror, se trataba de un muñeco que representaba al alcalde Bosco Vallarino que, al parecer, se ha convertido en la piñata favorita de los niños de Panamá. Tras el susto inicial me di cuenta de la razón del sueño... y corrí a ponerme en la fila.