COBRO. “Según la cosmología de los antiguos indígenas mesoamericanos, el orden nacía de la armonía entre las divinidades, la naturaleza y los seres humanos. Pero nuestra cultura mestiza, frecuentemente influida por los valores del judeo-cristianismo, nos inculca que El Creador puso la naturaleza para que fuese conquistada por los seres humanos”. Con esta reflexión inicia su nuevo libro De selvas a potreros.
La colonización santeña en Panamá: 1850-1980, una de las personas que más lucha por la protección de nuestra aún rica biodiversidad: Stanley Heckadon-Moreno. Se trata de un interesante recuento de la forma como hemos ido acabando con la selva panameña, ese maravilloso bosque tropical que es casi el único seguro de sobrevivencia que aún le queda al planeta.
Cuenta el antropólogo que en los años 60 y 70 del siglo pasado había una clara política pública de “incorporar la selva a la economía nacional”, considerándose los bosques como “un obstáculo al progreso, un símbolo de atraso”. Por ello, durante la segunda mitad del siglo XX, hemos destruido más bosques que en los 500 años previos. La causa: la pobreza y el atraso científico y tecnológico.
A eso se le suma la codicia sin límite. En estos días, Boquete sufre otra vez. Y no se trata de las consecuencias causadas por las lluvias que traen las tormentas tropicales. Sufre, como tantos otros lugares del país, por la desmedida deforestación para urbanizar, urbanizar y hacer negocio. La tierra se cobra. Siempre lo hace.