LOCURA. Ha pasado ya un año desde que la “Patria Nueva” fuese arrasada por la “Patria Loca”, y vaya si la cosa ha estado de locos. O de que otra manera se puede describir lo que sucede con el bailarín que llegó a la Alcaldía por la falta de reflexión del hoy canciller que, en su momento, le pareció bien postular a un charlatán para el cargo más importante de la capital del país. Debería, al menos, caminar la procesión de Portobelo para ver si paga su deuda con todos nosotros. Por lo pronto, don Bosco se atrinchera en El Hatillo, mientras el Presidente le pide públicamente el cargo cada vez que puede.
Y mientras, esta sufrida ciudad ha perdido todo un año –para no citar los que llevaba perdidos gracias a las anteriores autoridades municipales que otorgaban permisos de construcción al mejor postor– en manos de desconocedores de la realidad municipal y su potencial para construir ciudadanía. Un año después se confirma también que el tema ambiental no es parte –en lo absoluto– de las preocupaciones del señor Presidente.
¡Ni una mención al asunto en su informe a la Nación! Su visión se limita al tema de los estudios de impacto ambiental que, por molestos, ordenó convertirlos en opcionales con la célebre “ley chorizo”. Desde su aprobación, no paramos de escuchar a los voceros oficiales citar el concepto de “buenas prácticas ambientales”, como si de una eficaz y probada herramienta de gestión ambiental se tratara.
Lo que no han dicho es que son “políticas generales y específicas” que deberá aprobar el Ejecutivo por actividad y con la participación comunitaria. Por ejemplo, para los promotores inmobiliarios en áreas de playa, deberán aprobarse las “buenas prácticas ambientales para la protección de los manglares”. En este caso, por ejemplo, se lo podría consultar a Charro Espino o a Gabriel Diez, que son expertos en el asunto. O en un futuro manual de “buenas prácticas ambientales para la minería”, se podría consultar a Richard Fifer. ¡De locos!
