MENTIRA. La noche del pasado miércoles, la farsa democrática que vivimos en Panamá completaba otro nuevo cínico ciclo: mientras la servil Asamblea rechazaba la generalizada petición de derogar la Ley 30, los cortesanos del Palacio de Justicia emitían su vergonzosa sentencia contra la procuradora, Ana Matilde Gómez. Y mientras se conocía el abyecto veredicto, al fondo del salón un ex fiscal denunciado de corrupto reía con satisfacción. Triunfaba así la mentira y se escribía un nuevo capítulo en nuestra particular historia tropical de la infamia.
“Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver”, dice un sabio proverbio judío que, evidentemente, nunca han escuchado en el Palacio de las Garzas, donde se elaboran las estrategias que van permitiendo el triunfo de la mentira y la destrucción de la institucionalidad para fines inconfesables pero evidentes.
Frente a esta situación, ¿es posible creer que el presidente, Ricardo Martinelli, no promoverá la apertura del tapón de Darién como ha dicho, o que la extensión de la cinta costera no se hará bordeando el Casco Antiguo, aunque con ello se afecte de forma irreparable el conjunto monumental? ¿Cómo se puede creer en su discurso sobre el caso de la procuradora Gómez y la justicia, cuando se junta para fines políticos con cualquiera que le permita aumentar el número de adherentes de su partido, sin importar si es investigado por malversación de fondos públicos?
¿Cómo se puede creer en sus disculpas y sus promesas de enmendar errores, si se utilizan recursos públicos para bombardearnos con mentiras publicitarias que dicen todo lo contrario? ¿Cómo se puede creer que le preocupa la baja e ineficiente ejecución presupuestaria, si sus compinches van de ministerio en ministerio sacando a los funcionarios que conocen su trabajo, para sustituirlos con los militantes políticos que nada saben de gestión pública? Mienten; mienten como bellacos. Por ello, hoy me pinté de negro.
