ADVERTENCIA. Te lo dije, te lo dije... sería el clásico comentario tras lo sucedido en los predios de don Richar Fifer, por los lados de la mina de oro de Molejón, en las hermosas montañas aún boscosas de Coclesito. Me hubiera encantado ver la corredera que se formó –con don Carlos, el cantalante, guiando a la tropa– cuando se dieron los hechos que han tratado de negar a toda costa. Hasta el director de la Anam calificó la situación como crítica.
A partir de las denuncias de los vecinos de Coclesito y las elocuentes fotos y vistas pasadas por las televisoras locales, las noticias oficiales empezaron a girar en torno a la construcción de una segunda tina de relave del material tratado con cianuro. “Calma”, alegaban, “la segunda tina está casi lista”.
La pregunta que me surge es ¿cómo pudieron empezar el proceso de producción, si una de las medidas de mitigación de obligatorio cumplimiento era construir una “piscina auxiliar para control de derrame en la planta”. Me pregunto si nuestro flamante ministro de Comercio y gran promotor de la minería, Roberto Henríquez, se ha leído la resolución que aprobó el estudio de impacto ambiental (EIA) de Petaquilla Gold. Si no lo sabe, con mucho gusto se lo cuento: esa resolución incluyó 40 nuevas exigencias que debía cumplir la empresa antes de poder empezar la producción.
Pero llegó la Patria Loca con su frenesí, confundiendo la velocidad con el atropello y, sobre todo, demostrando una peligroso desprecio a la ciencia y la información. Un hidrólogo peruano que vino a Panamá para analizar el EIA de Petaquilla Gold contaba compungido los peligros que se nos venían. “Con el cambio climático, no hay manera alguna de hacer cálculos fiables sobre cantidad de precipitación, y menos en un bosque húmedo como el de Coclesito”. Y señalando la piscina de su hotel, completamente desbordada debido al agua que caía en ese momento, me decía: “Eso mismo pasará en Petaquilla. No hay forma de evitarlo”.
