VANIDAD. “Un solo territorio, una sola bandera”, era el grito emocionado de las protestas durante mis años universitarios. Y aunque en realidad la pelea era por la democracia y contra las arbitrariedades del régimen militar que ese momento gobernaba, el reclamo nacionalista no podía faltar.
Y es que la lucha por la soberanía en todo el istmo y la rebeldía contra el imperio eran los símbolos de ese nacionalismo que marcó todo el siglo XX panameño, y que tuvo como momento estelar la llegada del mediodía de aquel 31 de diciembre de 1999, cuando finalmente pasamos a ser un solo territorio con una sola bandera.
Por eso, con la llegada de las fiestas patrias –con toda su parafernalia tricolor y su retórica nacionalista– siento mucha nostalgia por aquellos días en que claramente teníamos un objetivo como sociedad, como nación. Hoy, la cosa es muy diferente, difusa, confusa. Basta un recorrido por algunas de esas áreas de la “Zona del Canal” para dejar constancia de lo mal que lo hemos hecho.
Lo mal que hemos tratado a esa madre Tierra tan generosa que permitió primero el Camino de Cruces y después una vía interoceánica de asombro. Si hubiéramos honrado la lucha nacionalista y el sacrificio de los mártires del 9 de enero, hoy no debería haber una sola oficina pública pagando alquiler, ni tantos y tantos panameños llegando con nocturnidad como precaristas a terrenos peligrosos a construir su casa con pedazos de cinc y cartón.
Hoy, el amor a la patria tendría que pasar por la protección a la Tierra, a los ríos, a la maravillosa biodiversidad que nos distingue, por la educación de nuestra gente. Ese es el nacionalismo que hace falta. Desfilar frente al balcón presidencial... eso es pura vanidad.
