FARISEOS. Hoy es Navidad, fecha en que los católicos y cristianos del mundo celebran el nacimiento de un Dios convertido en hombre que, según la Biblia, vino a este mundo a traernos una buena nueva de amor y justicia, que incluyó dejar de lado el fariseísmo para que la verdad, costara lo que costara, brillara.
Sigue siendo una tarea pendiente, de creyentes y no creyentes. Y es que la buena nueva casi nunca cae bien y, casi todo el mundo la acomoda a su conveniencia. Por ejemplo, y para no alejarnos de la crisis que aún vivimos por la falta de agua, implica un verdadero acto de contricción de todos aquellos involucrados en la destrucción de las cuencas de los ríos, de los manglares, de la deforestación generalizada que ha provocado la terrible sedimentación que hoy dificulta peligrosamente la labor de potabilización del agua. Implicaría que los promotores de proyectos inmobiliarios ganen un poco menos haciendo proyectos a escala humana, respetando la madre Tierra, las costas, los árboles.
Implicaría que los arquitectos locales dejen de diseñar esos bodrios que son monumentos a la codicia que exprime al infinito el metro cuadrado, sin consideración a nada ni a nadie. Sí, ayer –cuando crucificaron a ese Dios cuyo nacimiento hoy se recuerda– como hoy, la verdad sigue teniendo muchas dificultades para brillar. Los intereses, las ambiciones desmedidas, los egoísmos, la codicia, la indiferencia, siguen gozando de buena salud. La lucha contra los fariseos no ha parado. Sigue vigente.
