TRAMPA. Parece justo y necesario volver a las anunciadas reformas, después de la estrepitosa caída del autodenominado rey del constitucionalismo local. Ahora resulta que, cada tanto, bajaba desde su particular Olimpo a tramitar asuntillos penales de no poca monta.
En realidad no lo culpo; como dijo el poeta hace mucho, “poderoso caballero...”. Pero su caída, ya se sabe, no puso fin al asunto, sino que propició el surgimiento de un llamado grupo de notables, justo como en la reforma constitu-cional de 1983. Tengo que confesar que el asunto me ha removido los recuerdos; los malos recuerdos claro.
Aunque parece que muchos lo han olvidado –y otros más no lo vivieron–, aquellas reformas a la original Constitución de 1972 permitieron la consolidación del sistema autoritario de esos años, dándole un nuevo aire a un régimen que hacía agua. Si no lo recuerdan, les recomiendo que pidan en Omega Stereo una copia del programa en el que el ex general Rubén Darío Paredes relató hace poco lo sucedido en esos oscuros días. Una historia interesante que nos convendría repasar para enfrentar con cierto grado de lucidez e inteligencia los complicados tiempos que vivimos. Una importante cantidad de aquellos notables ha muerto, pero muchos siguen allí.
Es el caso, entre otros, de Jorge Fábrega, Carlos Bolívar Pedreschi, Fernando Manfredo, Oydén Ortega, Hirisnel Sucre, Mario Galindo o José A. Sossa. En aquella ocasión, todos los partidos políticos –salvo Acción Popular que presidía el desaparecido Carlos Iván Zúñiga– se sumaron a la propuesta de reforma surgida de las entrañas mismas de la Comandancia, y acudieron a las sesiones de trabajo con la intención de arrancarle concesiones electorales al monstruo. Al final, el monstruo se los tragó a todos.
Curioso que uno de esos partidos –el Molirena– enfrenta ahora una fatal amenaza: ser engullido por el partido en el poder. Y justamente de poder va la cosa, cuando de Constituciones se trata. Ya lo dijo hace mucho el maestro Lassalle: los asuntos constitucionales no son en realidad problemas de derecho, sino de poder.
Una Constitución –y sigo citando al mismo autor– es la suma de los factores reales de poder que existen en una sociedad. Estos días, todos los poderes parecen confluir en el Palacio de las Garzas, sin contrapeso alguno. Así las cosas, y con un poder ciudadano entre adormecido y comprado, se nos proponen unas reformas a la Constitución. Menuda trampa.