PREGUNTA. Estos días que católicos y judíos celebran sus particulares Pascuas –coincidiendo con la llegada de la primavera en el hemisferio norte y el hermoso y efímero manto amarillo de los guayacanes en flor por estos lares–, se repiten los mensajes de siempre sobre los procesos de introspección personal que, se supone, vienen con Semana Santa y Pesaj.
Sacrificio, fe y perseverancia, esperanza por la liberación de opresiones y abusos, triunfo del bien sobre el mal, bondad, regocijo, son algunos de los mensajes que ambas fiestas dejan cada año entre los fieles de ambas religiones y más allá.
Pero por alguna malévola razón, todo queda olvidado muy pronto con los ajetreos de la vida, las ambiciones desmedidas, el poder arbitrario o la mentira, sin que el miedo a sus respectivos dioses parezca detener a los abusadores de siempre. ¡Curioso! Ayer también se celebró el Día de la Tierra, así que ojalá la preocupación por el futuro del planeta que nos cobija, sea un tema de alguna que otra tertulia durante estos días.
Por lo pronto, y afortunadamente dado su poder, el tema es preocupación del Vaticano, que ha decidido incluir entre los nuevos pecados capitales el “no contaminarás el medio ambiente”. Y aunque la hipocresía social y empresarial goza de perfecta salud en este pequeño país de tránsito, no puedo rendirme y persevero como manda la fe de mis mayores. A ver: el desarrollo sostenible requiere que ese crecimiento económico que tan contenta tiene a la gente de la patria loca, no provenga de un recurso que se agote de tanto exprimirse.
Requiere cuidar el recurso para que siga allí para las próximas generaciones. Pero lo cierto es que no estamos creciendo ni desarrollándonos así. Tomemos el ejemplo del mar. ¿Las decisiones que está tomando la autoridad responsable están basadas en ese principio de sostenibilidad, o en el rastrero negocillo de la gente en el poder? Esa es una de las preguntas.