Pinceladas que no mueren

Pinceladas que no mueren


Alejandro Aguilar siempre tiene las manos y la ropa manchadas de pintura. Para él, estar con colores encima es positivo; significa que hay trabajo y que podrá resolver las necesidades inmediatas.

De 46 años, 1.60 metro, delgado y cabellos encrespados, Alejandro es pintor, pero no de brocha gorda; lo suyo son los pinceles, advierte. Con ellos hace rótulos como en los viejos tiempos, midiendo, marcando con lápiz y pintando a puro pulso.

Es de los pocos que quedan en la confección manual de rótulos en la ciudad, labor que fue conquistada hace rato por la digitalización.

Pero todavía hay quienes necesitan de un buen pincel. El que casi todos los días Alejandro tenga una pared o una puerta por rellenar con letras y números, es la prueba fiel.

Asegura que tiene clientes desde la Avenida Central hasta Río Abajo, aunque casi ninguno lo llama para trabajar. Su sistema funciona de otra forma. Todos los días, después de rezar un Padre Nuestro y repetir un par de salmos, busca rótulos a los que les falte “vida”, y cuando ve uno le dice al dueño del local: “¡Ey! esa propaganda ta fea, te van multar si no la pintas”.

A veces le dicen que sí. Si la respuesta es negativa, no queda más remedio que seguir hasta encontrar otra chamba. En ocasiones camina “yardas y yardas”, pero siempre “algo sale”.

Otras veces no puede atender a los clientes en uno, dos o tres días, por la cantidad de trabajo que tiene acumulado.

Su materia prima la lleva en una mochila tan pintorreada como él. La abre y en ella hay un puñado de pinceles, latas de pintura, una regla, cinta adhesiva, un destornillador “por si sale algún camarón de electricidad” y un deteriorado diccionario en el que se apoya para evitar las faltas ortográficas.

De los servicios que ha prestado, destaca labores que no son letreros. “Puedo pintar lo que sea”, afirma.

Hace poco pintó en un hotel La creación de Adán, de Miguel Ángel, su pintor favorito. No quedó como el fresco de la Capilla Sixtina, pero es bueno, enfatiza.

Así, en las manos del devenir, uno de los pocos rotulistas de pincel activos del patio se bandea. No conoce a muchos otros que vivan de este oficio, solo a unos tres más, cuando mucho.

Esto no es fácil, expresa preocupado. En su caso, los años pasan y aún no ha podido pagar un seguro. No queda suficiente para ahorrar, se vuelve a lamentar.

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