Como si hubiese sabido que las puertas de la historia estaban por abrirse en sus narices, Abraham Zapruder se lo avisó a todos los empleados de su sastrería en Dallas. "Mañana, cuando pase la caravana presidencial, voy a traer la cámara para filmar a [John F.] Kennedy".
Había comprado su Bell & Howell Zoomatic 8 milímetros hacía pocos días y, aunque no sabía usarla bien, estaba entusiasmado.
Por eso, el 22 de noviembre de 1963, Zapruder llegó a trabajar temprano. Para probar la cámara y preparar todo de cara al desfile –y a la inmortalidad–, decidió filmar a su secretaria caminando por Dallas.
Luego llegó a la zona del desfile. Se dio cuenta de que necesitaba elevarse un poco para poder tener una mejor vista del evento. Para lograrlo se trepó a un monumento en el Dealy Plaza y, entre la multitud, esperó.
‘Boom boom’
Cuando pasó lo que pasó, solo Zapruder lo supo. Había filmado apenas 22 segundos. "Vi cómo al Presidente le estalló la cabeza, supe de inmediato que Kennedy estaba muerto, aunque nadie me creía. Fue lo peor que he visto en mi vida", declaró el camarógrafo amateur antes de morir de cáncer en 1970.
Zapruder hizo un tembloroso paneo –ver recuadro– del viaje del Cadillac presidencial hasta que los estallidos lo dejaron atónito, haciendo equilibrio en el borde del monumento. Acababa de atrapar la realidad en su pequeña cámara. La historia sería su película. Lo que él acababa de ver se convertiría en la filmación periodística más importante de la historia. Y la hizo un sastre.
Lo cierto es que, en plena calle, le ofrecieron mil dólares por los negativos. No aceptó.
Contactó a la empresa Kodak y, custodiado por policías, Zapruder se marchó de inmediato a revelar la película. Más tarde armó una función privada. La cinta era reveladora y espeluznante. La vieron agentes secretos y algunos periodistas. Zapruder le dio una copia al Gobierno, pero le prohibió exhibir el material en público.
Esa misma noche, le vendió las imágenes a la revista Life.
Le pagaron 150 mil dólares. Es más, Life ya estaba imprimiendo un número especial. Pero cuando llegaron las fotos de la película, en una decisión muy costosa, decidieron parar las rotativas para sumar las impactantes imágenes.
"Fue el millón de dólares mejor perdido de la historia", recordó con el tiempo el director de la revista,
Es más, los herederos de Zapruder participaron de una larga batalla legal hasta que en 1999 lograron venderle los derechos de la película al Gobierno de Estados Unidos en 16 millones de dólares. El hobby de Zapruder rindió casi 750 mil dólares por segundo.
Además, con el tiempo, la película se convirtió en el principal sustento de los que no creían en la teoría que impulsaba la comisión Warren, que determinó –a pesar de las dudas– que el asesino había actuado solo y que la multiplicidad de heridas se debía a una supuesta "bala mágica".
Horas después del atentado, Lee Harvey Oswald fue detenido en un cine de Dallas. A los pocos días también murió asesinado en medio de un traslado mientras las cámaras de televisión registraban su muerte a mano de un oscuro mafioso llamado Jack Rubi.
Finalmente, la muerte se ponía en escena y los medios –en días todavía no digitales y sin teléfonos celulares que sacaran fotos– se entregaban a los aficionados como Zapruder, testigo afortunado de la historia, que no estaba buscando más que una diversión inocente y terminó atrapando la eternidad.
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