La banda sonora de la selva de cemento

La banda sonora de la selva de cemento


Ese jueves por la tarde, cualquier habitante de la ciudad podía redefinir la palabra calor, tras una corta caminata por la Vía España.

Además de las estruendosas bocinas de los buses y el agudo chillido de los taxis al frenar, una cumbia interiorana interpretada desde un violín armonizaba la banda sonora de aquella escena que mezclaba cemento, contaminación y caos.

Allí, en medio del frenesí cosmopolita, desde hace 22 años quienes caminan hacia el edificio del Banco Nacional se topan con Sotero Hernández, un herrerano que hoy tiene 80 años, de los cuales 66 los ha dedicado a tocar el violín en la ciudad capital.

Hasta 1988 su música era escuchada varias cuadras antes, a las puertas de las farmacias Arrocha en la misma Vía España. Pero “tanto sol y lluvia” hicieron que trasladara sus instrumentos de trabajo al lugar que hoy ocupa.

Además del violín que guarda con celo en su estuche una vez culminada la faena, sus otras herramientas de trabajo son dos sillas plásticas: una para sentarse y la otra para guardar un envase de esos que se meten en el microondas para calentar comida. Sin embargo, en el caso de Sotero este último lo utiliza para recoger las propinas de los transeúntes.

“En un buen día puedo hacer 40 dólares, y en los malos 14 ó 15. Todo depende de Dios”, comenta señalando al cielo con su dedo índice, maltratado más de la cuenta de tanto empuñar el arco del instrumento.

La cumbia que más le gusta tocar es La negra que sí le gusta que los hombres se le peguen, canción que contrasta con la solemnidad de los gestos de su intérprete.

A diferencia de ciudades como Nueva York, San José o Bogotá donde guitarristas o percusionistas toman la calle para mostrar su arte y vivir de él, en Panamá Sotero es una “rareza”.

Para el cantautor panameño Camilo Navarro, conocido como Cienfue, la intensa temporada de precipitaciones podría ahuyentar a los músicos de las calles.

“En Panamá no se ha desarrollado la carrera de estar en la calle tocándole música a los peatones. Una de las causas es que llueve mucho y los instrumentos se mojan. Igual, es difícil vivir de la música, no importa donde tocas”, comenta.

La posibilidad de que la temperatura sea la causa que aleje a los músicos de las calles es abordada por Rodrigo Lilo Sánchez, vocalista de la banda Señor Loop.

“Quizá sea el calor, o el poco tránsito a pie. Somos costeños y cosmopolitas confundidos”, explica.

El músico, sin embargo, aclara: “música es un termino relativo. En países con brisas caribeñas, música puede ser el hombre gritando: “¡Bollo!, vas a come o no vas a come! Música por estas tierras es más tambor y caminao que violín y poetas”, agrega.

Aunque es complejo contabilizarlos, en la ciudad hay menos de una decena de músicos que se ganan la vida en las calles.

Dentro de este puñado de músicos se encuentra Eugenio Prado, próximo a cumplir 17 años tocando la armónica en el paso peatonal de Plaza Concordia.

Tiene 43 años de edad, y los últimos 29 los ha pasado ciego, como consecuencia de un accidente que ocurrió en su natal comarca Kuna Yala, y que lo dejó sin visión.

Con su instrumento entretiene las mañanas de los transeúntes y trabajadores que se dirigen a las oficinas que abundan en el área.

Sus ingresos le permiten pagar un taxi tanto de ida como de vuelta a la pensión de la avenida Perú, donde cada noche debe pagar por su estancia.

Trabaja de lunes a sábado, de 7:00 a.m. a 2:00 p.m., y los domingos los dedica a descansar y a acudir a la iglesia.

Un par de kilómetros más allá, a comienzos de la Peatonal, el ecuatoriano Isaac Rojas, de 28 años, instala una bocina para amplificar los sonidos de su zampoña, instrumento de viento originario de los indígenas del altiplano andino.

El sudamericano trata de librar una feroz batalla sonora. Por un lado a un altísimo volumen suenan los regués de moda mientras que él, con su instrumento, “sopla” los éxitos de Celine Dion y del grupo Abba.

El peatón y sus monedas tienen la última palabra.

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