La Comisión de Presupuesto de la Asamblea Nacional es como una casa embrujada: nunca faltan seres monstruosos y fantasmagóricos que deambulan por sus laberintos, dispuestos a ponernos los pelos de punta. ¿Por qué los ciudadanos debemos vivir aterrorizados por lo que pueda suceder en esa instancia?
Chello Gálvez ha sido representante de El Chorrillo desde 1990, aunque este rol lo delega cómodamente en sus familiares cercanos, como su esposa. En 1999 se convirtió en diputado y, desde entonces, es un ánima errante que representa la antítesis de lo que debe ser un diputado. Cuenta con el récord de peor asistencia en la historia del Legislativo y es el único del que hay una foto durmiendo en el pleno de la Asamblea, mientras presidía un debate. Si hubiese una comisión legislativa de asuntos de holgazanería, nadie le podría disputar la presidencia. Además, su labor -si se le puede llamar así- muestra una pésima relación tiempo-proyecto de ley. Y aquellos que presentó destacan por su irrelevancia, como aquel que propuso modificar la fecha en la que se celebra el día del niño (su conducta, a veces infantil, podría explicar el por qué de esa fijación). También es el único que ha usado la tribuna de un órgano del Estado para jactarse de su supuesto desempeño sexual; para hacerlo, se comparaba a sí mismo con un enorme mamífero rumiante. Si Gálvez llega a encabezar la Comisión de Presupuesto ¿cómo serían las sesiones bajo su conducción? Eso no es tan difícil de imaginar: él ya presidió la todopoderosa comisión entre 2011 y 2012. En aquella época se quejó porque la Asamblea tenía 120 asesores; dijo que “ojalá” fueran 500. Actualmente son 320, así que no se sorprendan si echa a andar la embotelladora y convierte su deseo en realidad. Tampoco sería difícil imaginarlo aprobando traslados de partida para quitarle la plata a hospitales y escuelas, para costear monumentos celebrando a su alcahuete o la compra de los jamones de Navidad.
Pero no siempre fue devoto de Martinelli. En enero de 2003, cuando militaba en el partido Panameñista y estacionaba un furgón en las puertas del Reina Torres de Araúz para regalar arroz, decía que Martinelli tenía pocas oportunidades de convertirse en presidente de la República y le pronosticó “la mayor decepción de su vida”. También dijo que el principal pecado de su actual santo patrón era la arrogancia y el desprecio al pueblo panameño. Años más tarde, Gálvez mandaba “a llorar al cementerio” a aquellos ciudadanos disconformes con un intento de Martinelli de enajenar las tierras de la Zona Libre de Colón. Poco después de burlarse, un niño perdía la vida en el residencial Los Lagos, baleado en medio del caos de las protestas. ¿Cabrá alguna duda de que hay que temerle a cualquier cosa que este señor diga o haga?