Dicen que la unidad hace la fuerza. Sin embargo, 50 años después de la firma de los originales tratados de integración centroamericana, la región aún no logra esa unidad que, para los conocedores, constituye el camino del desarrollo y la equidad tan necesaria en esta parte del mundo.
Por ello, dejando a un lado las fallidas y criticadas instituciones de la unidad política, como el Parlamento Centroamericano, estos días el objetivo buscado es la integración basada en proyectos concretos enfocados al área económica –transporte, energía, telecomunicaciones y aduanas–, así como aspectos sociales, específicamente el fortalecimiento institucional para enfrentar el cambio climático, y proyectos dirigidos a cerrar la lacerante brecha sanitaria existente o para enfrentar la creciente violencia y criminalidad.
Según expertos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), institución que ha incluido la integración centroamericana como una de sus cinco prioridades, destinando mil 800 millones de dólares anuales para proyectos de integración, el proceso debe verse como parte de una nueva lógica de inserción internacional que hace énfasis en que la unidad es motor potencial de desarrollo, atrae inversiones, otorga mayor influencia en foros globales, crea plataformas para la provisión de bienes públicos regionales, y define espacios para afrontar las desigualdades. Todo esto, sin embargo, requiere voluntad política, recursos y, sobre todo, una estructura institucional eficiente. Los recursos estarán disponibles con el impulso del BID, pero la voluntad política y la solidez institucional siguen siendo un problema en la región.

