Es el sábado 7 de diciembre, una joven y emprendedora madre soltera que vive en el interior nos pidió a mi esposa y a mi que la acompañáramos a Calidonia, a buscar una mercancía que ella necesitaba para su negocio. Como tantas panameñas y panameños ella había tenido que reinventarse por la pandemia, y aparte de su trabajo de 8 a 4, vende ropa por TikTok de domingo a domingo. Así, el viaje a Calidonia era a la vez un viaje al recuerdo y una travesía al futuro.
La mejor entrada a Calidonia es por la Vía España, justo antes de perder su nombre para convertirse en Avenida Central, nos muestra un barrio de Perejil en franco deterioro. El viejo Colegio Javier está en proceso de convertirse en una ruina urbana. La casa de la juguetería El Millón que antes había sido la Casa del Pueblo, fue demolida y en su lugar hay una estación de gasolina que espera su apertura. El IJA del Casino también fue borrado del mapa. Este país es sumamente contradictorio, nos faltan edificaciones para buenas escuelas, pero las que hay disponibles son abandonadas.
La primera señal de que estamos en Calidonia es la mezcolanza de sonidos, entre las bocinas de los almacenes, los pregones de los vendedores ambulantes, los pitos desesperados de los conductores, y uno que otro saludo efusivo entre conocidos dan noticia de que estamos cerca de nuestro objetivo. Con mucha suerte encontramos estacionamiento a una cuadra del almacén que buscaba nuestra emprendedora.
Nos toca caminar en las aceras divididas entre vendedores y peatones. Un pelotón de mujeres sentadas en sillas plegables pinta las uñas de varias clientas, justo al frente de un salón de belleza, ellas no pagan los impuestos y tasas que paga el salón. Esa es la realidad de la economía panameña en la que los negocios formales en muy poco compiten con la informalidad.
Más adelante, al frente de la tienda a la que nos dirigimos nos encontramos con una vendedora de incienso para la suerte, un vendedor de uvas tristes por el calor, una billetera que vocea sus terminaciones, pero a todo el que le pregunta le dice que los billetes son a un dólar con veinticinco centésimos, como si fuera una imagen de inteligencia artificial, la vista al fondo de donde está sentada la billetera es la de la muda torre de la Lotería. Como si se tratara de un coro, el altavoz de una camioneta pregona: “tres rollos de papel higiénico por un dólar”. Lo repetirá infinitas veces a través de su megáfono para pescar los clientes del día.
El nuevo mundo
Entramos a la tienda, y es a la vez el recuerdo vivo de la vieja Calidonia de los años 1970-1980. Todo está luminoso y con olor a nuevo. Un sabroso aire acondicionado está acompañado por música tipo lounge, de la que se podría escuchar en un centro comercial en otro corregimiento. La propuesta de valor de esta tienda es ser todo para todo el mundo. Siendo diciembre, había tres clases de compradoras, digo compradoras porque los hombres escaseaban frente a la marejada de mujeres clientas de este comercio.
La tienda funciona comprando pacas de ropa nueva a las grandes cadenas de tiendas de los Estados Unidos. Su método de mercadeo es curioso ya que funciona como una subasta holandesa tropicalizada. Los lunes, el primer día que se abren las pacas recién llegadas, la ropa, carteras, zapatos, correas y cualesquiera otros artículos de vestir se venden a siete dólares la pieza. Luego el martes baja a cinco dólares la pieza y así hasta que el fin de semana se vende a dos dólares. Siendo sábado, las compradoras saben a lo que vienen. Un grupo, quizás la mayoría viene por algo especial para la temporada. Otro grupo está buscando regalos para sus seres queridos, amistades o compañeros de trabajo, y un tercer grupo está comprando para revender la mercancía.
Estoy sentado frente al mueble en el cual cuelgan los vestidos de noche. Todos nuevos, con sus etiquetas de tiendas europeas o de los Estados Unidos. Estos son vestidos que hace unos meses estaban en exhibición en una gran avenida europea o norteamericana, y ahora están en Calidonia. Muy posiblemente una ingeniera alemana, una abogada francesa o una banquera estadounidense compraron una versión de este vestido y pagaron su precio completo de varios cientos de dólares. Ahora en Calidonia se venden por dos dólares. Una mujer de unos 70 años con una vincha navideña sobre el cabello, busca un vestido rojo para la Navidad. Muy cerca de ella, una joven conversa por celular con alguna amiga o familiar, preguntándole la talla y diciéndole un precio tope de 20 dólares por los vestidos que estaban colgados. Si tenía suerte su ganancia sería de 18 dólares por venir a Calidonia.
La economía de las pacas
El negocio de la venta de los saldos de ropa no vendida en Estados Unidos y Europa es de vieja data en Panamá. Bastaba tener un buen contacto con alguna cadena de tiendas, y una buena cuenta bancaria para hacer una transacción voluminosa. Ropa que no se vendió en Nueva York, que tenía pequeños defectos o que fue devuelta por la clientela era vendida en Santa Ana y Calidonia hace décadas. El negocio estaba limitado para unos cuantos.
Todo cambió con dos fenómenos que sucedieron en paralelo: el comercio electrónico y el fast fashion. Con el comercio electrónico cualquiera con una tarjeta de crédito podía comprar ropa, calzados, carteras, y demás que hubiese quedado como saldo de cualquiera de los gigantes del sector textil. El fast fashion intensificó la producción de ropa, su cambio constante y su descarte. Esta es una tendencia que se ha convertido en un dolor de cabeza ambiental. La ropa que no se vende termina por toneladas descartadas en sitios como el desierto de Atacama en Chile o algún país africano.
En el mercado panameño, la venta de ropa procedente de estas grandes cadenas europeas y estadounidenses se popularizó. Hay establecimientos como el de Calidonia que la venden por pieza. En cambio hay otros establecimientos en la avenida Ricardo J. Alfaro, a metros del parque Metropolitano, que la venden por peso. Existe otra categoría de negocios, principalmente en el área de Juan Díaz que la venden en volúmenes mayores, en los que un solo envío puede costar 2 mil dólares. En ese envío pueden ir cientos de piezas de ropa que serán revendidas de 5 a 10 dólares cada una. El sueño de algunas de las revendedoras de ropa de TikTok es tener para comprar un contenedor entero de productos.
El fast fashion tiene una lógica basada en la saturación. Si usted va a un centro comercial , o a un evento masivo y nota que una cuarta parte de las personas lleva ropa de color verde manzana, psicológicamente usted va a querer algo de ese color. En la tienda, una sola marca inundará anaqueles y ganchos con sus productos con la finalidad de quitarle espacio a la competencia y de cazar a los clientes. Luego de 60 días, el verde manzana desaparece y ahora el color de moda es el amarillo canario, y así sucesivamente. Entre la ropa que circula en los mercados secundarios como Calidonia, hay ropa que ni siquiera fue puesta en venta, sino que se quedó en las bodegas de alguna cadena de almacenes y nunca pudo ser exhibida para que los clientes la pudieran adquirir.
Calidonia está sumamente deteriorada, la existencia de tanta economía informal revela que los panameños quieren trabajar, pero que no hay fuentes de trabajo, o sus habilidades y aptitudes no les sirven para ser contratados como colaboradores de alguna empresa formal.
Calidonia es a la vez una frontera de una economía y de una convivencia urbana que ya se fueron, pero a la vez tiene una vitalidad resiliente y una vocación para hacer más. Así como una nueva generación de emprendedores ha modernizado el negocio de la reventa de ropa, Calidonia necesita una transformación.
Desde Perejil hasta la Plaza 5 de Mayo, esta parte de la ciudad de Panamá puede convertirse en un sitio de encuentro entre la comunidad de emprendimiento, la comunidad creativa y la comunidad inversionista. Calidonia necesita articularse más con Santa Ana, y por ende con el Casco Antiguo.
Calidonia debe aprovechar su proximidad al Cerro Ancón y a una de las entradas más importantes de la ciudad de Panamá, la Avenida de los Mártires para convertirse en un atractivo turístico. Así mismo debe vincularse con la Cinta Costera y la Avenida Balboa como parte de un eje de eventos y experiencias que le inyecten más vida a esta parte tan pintoresca de la ciudad de Panamá. El potencial de los sueños de Calidonia es tan grande como el sueño de cada emprendedora que encontró una pieza para revender.