Julia Gutiérrez es una mujer menuda que camina ayudada por un bastón.
Presidenta de la Asociación Panameña de Diabéticos, acaba de llegar a la oficina y firma papeles, recibe llamadas y atiende a varios, todo a la vez.
Viene de una visita hospitalaria, cuenta, y dice que ya están próximas las actividades de aniversario de la asociación.
Pasado el minuto de introducción protocolar aterriza en el tema y comenta: “No hay ninguna diferencia. Ayer, hoy y mañana es lo mismo”, se queja, cuando se le pregunta si siente que ha cambiado la atención en la Caja de Seguro Social con el nuevo gobierno.
El calvario empieza, dice, con la levantada a las 2:00 a.m. Sigue con el suplicio de caminar hacia una calle donde pase un bus o pare un taxi.
Continúa con la llegada a la policlínica o a la “especializada”, donde por más temprano que se llegue siempre hay muchos por delante.
Pero lo peor ocurre cuando llega el turno de obtener el cupo. “Muchas veces te regresas con las manos vacías”, asegura. Clara Tejada también es diabética y tiene la mala fortuna de que necesita inyectarse insulina hasta cinco veces al día.
“Soy hipoglucémica; se me baja el azúcar. Cuando se me baja, no coordino o siento temblores”, explica.
Diabética desde niña, lo que más resiente Tejada es la incoherencia.
Hace algún tiempo, dice, el Seguro Social se gastó “su buena plata” (no precisa el monto) comprando unos glucómetros (aparatos para medir el azúcar en la sangre), y los repartió a toda la población diabética que pertenece a la asociación, pero no se abasteció de las cintas reactivas que necesitan los glucómetros para hacer la medición.
Y ocurre luego que se compran las cintas, pero unas no se adaptan a los glucómetros previamente comprados y repartidos. “Esta enfermedad es pa ricos”, dice casi yéndose Tejada, entre manotadas y sonrisas sarcásticas.