Los fanáticos de las series médicas como ER y Grey’s Anatomy, lo han visto un millón de veces: un paciente al borde de la muerte cuya salvación depende de una donación de órganos. El trama te mantiene al vilo hasta el final del capítulo, cuando el enfermo milagrosamente se salva, o muere.
Dejando de un lado el melodrama de Hollywood, fue precisamente uno de estos capítulos el que me hizo reflexionar sobre "regalar" uno de mis órganos después de la muerte.
Y como si fuera cosa del destino, al día siguiente manejando rumbo al trabajo me encuentro con un afiche que decía: "Dona un órgano y salva una vida". Resulta que en agosto se lanzó la Campaña Nacional de Donación de Órganos, y además, el 14 de octubre se celebra el Día Mundial de la Donación de Órganos.
Era como si los dioses se hubieran puesto de acuerdo en facilitarme las cosas. Era mi oportunidad de hacer algo por el prójimo. El tatuaje que llevo en el abdomen me prohíbe donar sangre por el resto de mi vida y seamos franco, estoy muy distante de descubrir la cura para cualquiera enfermedad.
INVESTIGACIÓN PREVIA
Por naturaleza soy impulsiva, pero tratándose de dar una parte de mi anatomía, preferí hacer un poco de investigación antes de tomar la decisión final.
Navegando por la internet, me encontré con algunas cifras desalentadoras del Ministerio de Salud. Según las autoridades, la donación de órganos ha bajado en un 50% desde el año pasado. Cada mes, por ejemplo, la lista de espera por un riñón aumenta de 7 a 10 personas. Pero hay una cifra que especialmente se me quedó grabada: por cada donante sano se pueden beneficiar 20 personas.
Después de habérmelo pensado detenidamente, llamé a la Oficina de Coordinación de Trasplantes de Órganos.
Una señora muy amable me indicó por teléfono la dirección en Plaza Edison, en Tumba Muerto.
-"¿Tengo que llevar algo?", pregunté.
-"No, solo tiene que venir a llenar el formulario", me respondió.
Parecía un trámite sencillo, así que al día siguiente subí los dos pisos de la Plaza hasta la oficina ubicada en una esquina oscura. La verdad es que la penumbra no ayudaba a disipar mi nerviosismo, pero de todos modos entré.
UN TRÁMITE VELOZ
Créanme que más tiempo y burocracia toma sacar una tarjeta de crédito o pagar una multa en el Tránsito que llenar el formulario para donar órganos. Solo te piden tus datos básicos (nombre, número de cédula, dirección, tipo de sangre). Además, la firma de dos testigos. Si no quieres llevar a terceras personas, los funcionarios de la oficina están más que gustosos de firmar, tal como me pasó a mí.
Antes de firmar, titubeé. "¿Y si mi cuerpo queda tan desfigurado que después no me pueden enterrar con el ataúd abierto?" "¿Y cómo sé a quién le va a tocar mi riñón?".
Preguntas válidas que nadie se debe abstener de hacer. Pena es lo menos que debe darle a uno en momentos así. Suerte que la doctora encargada salió de su oficina para explicarme todo, desde el momento en que me muero hasta cuando asignan mi médula osea a un paciente. Minutos luego, hablando con una de las funcionarias, descubrí que esa misma doctora había sido receptora de un trasplante de riñón.
Al principio noté cierta sorpresa porque había llegado tan decidida a convertirme en donadora. "Si quieres puedes llevarte el formulario y regresas mañana", me decía la señora de recepción.
-"No, sí yo estoy segura", le respondí.
Ya cuando mi carné, que me acreditaba oficialmente como donadora de órganos, estaba firmado y plastificado, me confiesa: "¡Qué raro que alguien tan joven lo haya hecho!". Y así me contó cómo cuando dan charlas informativas en universidades y escuelas, los jóvenes son de los más renuentes en dar sus órganos. "Yo quiero que me entierren enterito", le dicen los estudiantes al negarse a inscribirse como donadores.
Yo me convertí en la donadora número 279 de Panamá.
Toda ingenua pregunto: "¿La número 279 en lo que va del año?".
Desgraciadamente, ese es el número total de donadores disponibles. Si tomamos en cuenta que solo en la lista de espera para trasplantes de riñón hay 127 pacientes, las estadísticas no son para nada alentadoras.
Eso me dio más orgullo cuando vi que la trabajadora de la Oficina de Coordinación de Trasplantes incluía mi nombre en la base de datos de donadores. Por fin soy parte de una estadística positiva. Ya le avisé a mi pareja que si me muero, tiene que asegurarse de que mi riñón, mis córneas y mi médula osea sean todos donados antes de que me entierren.
Los de la oficina fueron más insistentes en que comunicara mi decisión a mi familia. Luego me explicaron que aunque yo hubiera firmado todos los papeles, si mis parientes se rehusaban a que me extrajeran los órganos, no se podría concretar la donación.
Ahora más orgullosa que nunca le muestro a todo el mundo mi carné que dice: "Soy donante. Decidí dar vida".
¿DÓNDE?
ATENCIÓN E INFORMACIÓN
Oficina de Coordinación de Trasplantes de Órganos.
Plaza Edison, piso 2 Tel. 321-0704
Hora de atención: 7:00 a.m. a 3:00 p.m.
Asociación Nacional de Pacientes con Insuficiencia Renal Crónica y Familiares (ANPIRCF)
Tel. 269-0015
¿SABÍA?
INNOVACIÓN MÉDICA
El primer trasplante de córnea en Panamá se hizo en 1960; el de riñón, en 1990, y el de médula ósea en el año 2000.
AHORRO EN PRESUPUESTO
En el año 2005, en Panamá se efectuaron 25 trasplantes de riñón, que para 2007 significarán un ahorro de 250 mil dólares en tratamiento.