Era de madrugada. Algunos de los más de 60 alumnos que pasan la noche en el pabellón dormitorio del segundo piso del Instituto Agropecuario Jesús Nazareno en Atalaya se despertaron exaltados. Un compañero no paraba de llorar. De inmediato organizaron una pequeña reunión. En la intimidad del internado, el cerco de silencio comenzó a resquebrajarse. Como esas capas de hielo que tardan años en ceder, pero que, al desprenderse del glaciar, generan un estruendo feroz.
¿Qué pasó esa noche en el internado? Ninguno de los alumnos consultados por La Prensa aceptó narrar lo sucedido. "Pero después de eso, dijimos basta", explica uno de ellos, partícipe de la reunión.
A un puñado de escalones de donde dormía el sacerdote Roberto González, los alumnos decidieron pasar a la acción. No buscaban castigar a nadie. No buscaban denuncias públicas: solo que los masajes terminasen.
El principio del fin
A los pocos días le pidieron una reunión a la profesora Fidelina González Visuetti. Sólo le dijeron que el padre González los llamaba por las noches y los llevaba arriba. Y no querían subir más.
En los pasillos del instituto se respiraba un clima pesado. Los rumores intrigantes, aunque parezca extraño, todavía no tenían relación con los supuestos acosos. Otros problemas ocupaban a las autoridades. Hacía unos meses, en septiembre de 2001, una intoxicación masiva detonó todos los conflictos internos del centro: 160 alumnos sufrieron severos dolores de estómago tras consumir la comida preparada en el instituto. El Ministerio de Salud clausuró temporalmente la cocina del Jesús Nazareno. El escándalo gastronómico llegó a los diarios y, a partir de ese hecho, el colegio jamás dejó de ser materia de artículos periodísticos.
El cura Roberto González, con grandes contactos en Holanda –de donde proviene la orden de los Cruzados de San Juan que administra el instituto– salió a pedir ayuda. Consiguió llamar la atención de un hombre conocido en todo el mundo: Bert Twaalfhoven, un holandés considerado un gurú mundial de los emprendedores, millonario y gran colaborador del liceo. Twaalfhoven fue muy generoso: donó 125 mil dólares para construir una cocina de primer nivel, que hoy es el orgullo del instituto.
Todo se complicó cuando Twaalfhoven le pidió al padre González las facturas que comprobaran de qué manera se había gastado su dinero. El padre presionó a los administradores. Las cuentas no cuadraban. El empresario holandés envió a una secretaria para averiguar qué había pasado y con el tiempo hasta llegó a contratar a la empresa Greco International, con sede en Calle 50, para que hiciera una auditoría.
"Él jamás ha querido revelar el contenido de ese estudio, pero sí ha dicho que su dinero fue manejado en forma desastrosa", explica Yolanda Costa, intérprete del empresario holandés cuando este visitó Atalaya.
Hoy, las personas que administraron la donación están fuera del instituto mientras el padre González es enjuiciado por acoso sexual.
"Para muchas personas al padre lo denunciaron por querer aclarar las cuentas. Pero a mí, eso me tiene sin cuidado", explica Alex González, el abogado que defiende al religioso acusado. "Lo que yo quiero es demostrar que todo es falso. Si no creyera en la inocencia de este hombre no lo defendería. Pero la verdad es que no hay elementos para la condena", asegura el abogado.
El silencio
Cuando la profesora González Visuetti le contó al padre Johan Shmichuisen, director del colegio, lo que le habían dicho los alumnos, la actitud natural del cura fue la de barrer hacia adentro: envió al padre González a Colombia para que tomara un curso de pastoral mientras él aclaraba los rumores.
El 11 de mayo de 2002, Oscar Brown, obispo de Veraguas, recibió una carta que denunciaba los hechos. Martha Lagrotta, madre de un alumno del instituto, le escribió para transmitirle lo que le había contado su hijo: que un padre llevaba alumnos a su cuarto por las noches para que le hiciesen masajes. Lagrotta, incluso, puso a su hijo ante monseñor para este escuchara con sus propios oídos lo que el joven había visto. Todo esto sucedía antes, incluso, de que el tema llegara a la justicia, cosa que sucedió dos semanas después.
En medio de las discusiones en la cúpula del Agropecuario por el destino de la donación, una llamada anónima al Juzgado de Niñez y Adolescencia de Santiago puso la maquinaria judicial a trabajar: denunció que en el instituto había un padre que abusaba sexualmente de los alumnos.
Una jueza comenzó sus pesquisas en mayo de 2002. El 3 de junio le tomó declaración a cinco alumnos del Instituto Nazareno. Todos coincidieron.
El primero dijo, bajo juramento, que el padre González lo llamaba a él y a sus compañeros para que le fueran a hacer masajes por las noches. Que cuando iba él, el religioso le tocaba los pechos y a veces los genitales. El mismo día, otro alumno declaró que el cura González lo acosaba. "Me pedía masajes en la espalda y las piernas. Una noche me dijo que los masajes me los iba a dar él a mí y entonces me masajeó la espalda y también las piernas. Luego me pidió que me quitara los pantalones y que yo le diera masajes a él. Que también se quedó en calzoncillos".
"Estos jóvenes han quedado estigmatizados. Tuvieron problemas familiares, sociales, su vida sufrió las consecuencias de lo que les pasó", denuncia Carlos Fuentes, abogado defensor de dos de los tres acusadores, que pide 65 mil dólares más costas legales como reparación por lo sucedido.
Aunque la causa penal aún espera sentencia, en el Juzgado de Menores decidieron inhabilitar al padre González de por vida para trabajar con menores. "Yo jamás negué que les pedía que me hicieran masajes por un problema que tengo en la espalda. Pero soy inocente de lo que se me acusa y siempre dí la cara", explica el propio padre González por teléfono. "Yo confío en la justicia divina y Dios va a hacer justicia. Lo que quiero decirle es que me enorgullece ver cómo la gente de Atalaya defiende a su pastor", explica el hombre, quien luego del escándalo fue trasladado a trabajar en El Valle de Cañazas, una lejana comunidad que vive en la extrema pobreza.
Atalaya cuenta las horas esperando el veredicto que le devuelva la calma perdida. Pase lo que pase, eso será difícil. Son muchas las cicatrices que se abrieron a raíz del escándalo en el instituto, que se levanta silencioso, a espaldas del Nazareno.
LA VOZ DEL ACUSADO
Para muchas personas fue la intención del padre por aclarar las cuentas alrededor de una donación lo que motivó a sus detractores a denunciarlo. Pero a mí eso me tiene sin cuidado. Lo que yo quiero es demostrar que las acusaciones son falsas. Si no creyera en la inocencia de este hombre no lo defendería. Pero yo debo decir la verdad y la verdad es que en la causa no hay elementos para la condena.Alex González Abogado defensor