Félix Poznanski: ‘Todavía no duermo si no es con pastillas’

Félix Poznanski: ‘Todavía no duermo si no es con pastillas’
Félix Poznanski. LP/Flor Mizrachi


¿Cómo era su vida antes del Holocausto?

Nací en París. En 1939, con cinco años, escuchaba hablar a mi papá con el carnicero y el herrero de una posible guerra con Alemania. Yo no entendía nada. Un año después, mi papá se enroló en el ejército francés. Escapando de los alemanes, salí con mi mamá y un primo de Sedán, frontera con Bélgica, a Niord. Llegamos a duras penas.

¿Y qué pasó?

A los dos años llegaron a Niord. Mi mamá había salido y los nazis subieron al apartamento con los perros mostrando los dientes. Yo temblaba. Tenía ocho años nada más. Se me congelaba la sangre del miedo. Nos llevaron a un campo de concentración en Poitier. A mi primo lo perdí de vista y más nunca lo vi. Ahí soltaban a los perros, que nos mordían. Nos hacían lustrarles los zapatos con la lengua.

¿Cuánto tiempo estuvo ahí?

No sé, perdí noción de los días y horas.

Y luego los llevaron a Auschwitz…

Sí. Éramos 200 personas en un vagón de madera mínimo. La gente hacía sus necesidades ahí, dormía encima… El hambre era tal, que mordíamos las suelas de los zapatos para engañar el estómago.

Y usted estaba solo…

Sí. Llegué y me dije: “de acá yo me voy”. Me pusieron a quemar los cadáveres en los crematorios. Eran pilas, pilas de muertos. Imagínate eso para un niño de ocho años. Eso me marcó toda la vida. Yo todavía no duermo si no es con pastillas. Todavía sufro de angustia y ansiedad.

¿Siempre estuvo solo?

Ahí conocí a un amigo, Maurice. Francés, también. Yo tenía muchísima fuerza, pero las carretillas con cadáveres eran muy pesadas y él las cargaba conmigo. Pero yo sabía que cada cuatro meses mataban a los que quemaban los cadáveres para no dejar memoria viva que contara lo que pasó. Y como nos tocaba pronto, decidimos escaparnos.

¿Cómo lo hicieron?

Excavamos con las uñas debajo de los alambres. Se nos cayeron las uñas y con sangre seguíamos. Nos demoró varios días, pero íbamos tapando el hueco con ropa de los muertos para que no se viera.

¿A dónde fueron cuando salieron?

Los vagones que venían a Auschwitz se iban de vuelta. Con las correas de las personas, nos atamos en la parte de abajo de los vagones. Así cruzamos todo Polonia, Alemania y Bélgica.

¿Qué comían?

Cuando el tren paraba, buscábamos comida en la basura. Comí cosas que no sabes: ratas, zapatos…

¿Dónde llegaron?

A Francia. Vimos una granja a lo lejos y salimos corriendo para allá. Nos recibió una señora, Blanche, que nos dio de comer, nos lavó y nos dio ropa. Mi amigo Maurice se quedó a vivir con ella, porque al papá lo mataron y la mamá nunca se recuperó del trauma que le causó la irrumpida de la Gestapo en su casa.

¿Y usted?

Yo le pedí que me llevara donde mi mamá. No me acordaba de la dirección, pero me llevó y caminando encontré la casa. Mamá lloró al verme y le regaló a Blanche un collar de perlas por haberme salvado.

Entonces, se quedó con su mamá.

Sí, pero al poco tiempo recibimos un telegrama de mi papá, que estaba herido en Lyon, y nos fuimos para allá. A los días, él consiguió trabajo para vender unos guantes de cuero. Iba a una reunión y lo capturó la Gestapo, que quería saber de dónde habían salido esos guantes. Lo trajeron a la casa y le empezaron a pegar. Yo me le tiré a uno a morderlo en la pierna. Lo llevaron preso, lo torturaron, lo hicieron bailar sobre vidrios rotos, le sacaron todos los dientes, le rompieron las costillas… Casi lo matan. Del hospital, lo rescató la resistencia francesa, disfrazados de alemanes. Lo llevaron a Savoi.

¿Y ustedes?

Nos quedamos en Lyon y al poco tiempo fuimos a encontrarnos con él. En cada parada del tren, los alemanes se subían a los vagones a buscar judíos. Nosotros nos vestimos lo más franceses que pudimos y eso nos salvó. Llegamos a la pieza que él había alquilado, pero llegaron los franceses a decirnos que los alemanes estaban cerca… que nos fuéramos.

¿Y se fueron?

No tuvimos más remedio que irnos al bosque. Yo era asmático y tosía muchísimo. Mi mamá me tapaba la boca para que los perros no nos oyeran. Llegamos a una granja y nos escondimos dentro de la paja. Seguimos subiendo la montaña y nos encontramos una granja, pero solo había espacio en el gallinero. Asfixiaba el hedor, pero ahí vivimos dos años.

¿Qué hacían?

Mi mamá se dedicó a hacer brazaletes para la resistencia francesa. Y yo era el correo. Corría 15 kilómetros para llevarlos. A cada rato oía perros y me asustaba, pero corría más rápido y nunca me agarraron. Y en las noches ayudaba a mi papá. Salía con ametralladora y mataba alemanes.

Con apenas 11, 12 años de edad…

Sí. Luego acabó la guerra y volvimos a Sedán. No había nada… y mis padres no tenían cómo alimentarme. Fui a parar a una escuela de curas, algo muy difícil siendo judío. Pero solo ahí se podía comer, así que me tocó. Fui monaguillo, di la ostia… y un día mi mama me regresó a la casa. Mi papá había abierto un negocio y me mandó al liceo a estudiar.

¿Cómo le fue en esa vida ‘normal’?

Me maltrataban por judío. Hasta que agarré mi cinturón de hebillas y respondí. Me tocó escribir “no debo pegarles a mis amigos” 400 veces, pero el director les habló y al final nos hicimos amigos.

Y después de la escuela, ¿qué hizo?

A los 19 me tocó hacer tres años obligatorios en el ejército francés. Pedí estar en aviación. Me entrenaron seis meses y estuve en dos guerras: Indochina y Argelia.

Pasó de víctima a victimario...

Te mandaban y tenías que obedecer. No veías quién era quién. Pero como estaba caliente, no me afectaba tanto. Actuaba en automático. Me empezó a afectar a los 40. Ahí me cayó todo.

Para haber sido tan joven, recuerda mucho…

Lo tengo vivo. Me acuerdo de mucho.

Por otro lado, ¿qué tanto siente que ha olvidado?

Mucho también. Los años no ayudan: voy a cumplir 89.

¿Olvidar es una bendición?

Sí. Se vive mejor sin tanta carga.

¿Qué hizo al salir del ejército?

Estando en el ejército, me dieron un descanso de 10 días y, cuando llegué a casa de mis padres, estaba todo empacado. Me dijeron: “Nos vamos a Uruguay y tú también”. Les dije que no podía desertar, pero igual me hicieron irme con ellos. En Uruguay, fui a la embajada de Francia para legalizar mi estatus y me dijeron que tenía que volver a Francia por haber desertado del ejército. A los seis meses, me llegó el pasaje y como les dije que no podía irme porque ahora era el sostén de mi familia, me confiscaron todos mis bienes en Francia y me dieron tres años de ejército y uno de cárcel. Nunca fui, por si las dudas, y en 15 años me dieron la ciudadanía uruguaya. Pero a los años absolvieron a los desertores y volví.

¿Y cómo llegó a Panamá?

En Uruguay tuve dos hijos. El varón tenía Hertz Rent a Car en Uruguay y quería expandirse a Buenos Aires. Viajaba mucho en carro. Un día me llamó a las 6:55 p.m. y le pedí que no viajara tanto. A los cinco minutos me llamaron, que estaba muerto. Eso fue más duro que haber ido a la guerra. Perder un hijo… no hay con qué compararlo. Mi hija vivía en Panamá y por eso vinimos. Era 2007.

Vuelvo atrás. ¿Volvió a ver a Maurice?

Éramos como hermanos. Cuando llegué a Panamá, lo llamé a contarle. Había fallecido una semana antes. Otra vez se me vino el mundo abajo. Pero seguí. Y hace 10 días murió mi señora. Y... aquí estoy.

¿Por qué cree que usted sobrevivió cuando tantos otros murieron?

El destino de cada uno está marcado. Y sé olvidar. ¡Ah!, y se me olvidó contarte que en Uruguay me tiré a un techo a buscar los juguetes de mi hijo, se abrió el techo y caí 11 metros. Tres pisos. Como hacía judo, supe cómo caer. Me juntaron de pedacitos, pero me salvé.

¿Siente que ha tenido una buena vida?

He tenido como la batería. Un lado negativo y uno positivo.

En esos negativos, ¿se ha preguntado dónde estaba Dios?

Ya no creo en Dios. ¿Cómo un Dios dejó matar a seis millones de judíos? Vi demasiados muertos para creer en Dios.

Hoy, se siente una persona…

Vieja, y sé que ya estoy tocando el cielo con las manos.

¿Se quiere morir?

No, pero capaz solo me quedan 10 años ya. No sé.

¿Le teme a la muerte?

No. Nunca le tuve miedo a nada. Ni pienso en los miedos.

¿Qué película o libro refleja más fielmente la historia del Holocausto?

No veo nada de eso. No me gusta.

Luego de la guerra, su papá le ordenó no hablar de lo sucedido. ¿Por miedo, protección o…?

Hicimos un pacto de silencio. Juramos nunca más hablar de lo que nos pasó.

¿Y por qué decidió romper el silencio más de seis décadas después?

Porque mi nieta escribió un comentario sobre mí en Auschwitz: quería entender cómo pude pasar por eso. Eso me hizo romper el silencio.

¿Qué sintió después de plasmar su historia en papel?

Nada, pero el libro deja un legado.

Hoy, ¿cuánto piensa en el pasado?

Ahora, contigo, estoy pensando en eso, pero cuando te vas me ducho y me olvido.

¿La vida es bonita?

Muy. Recibí muchos golpes y no pude disfrutarla a plenitud, pero es bonita.

El antisemitismo, ¿está resurgiendo?

Sí. Tristemente. Francia, Ucrania…

¿Qué siente cuando ve una suástica?

No la puedo ver. Me pongo loco.

¿Ese ‘odio’ es ignorancia o maldad?

Acá es ignorancia. Pero hay mucha maldad todavía.

¿Ve posible que se dé otro Holocausto?

No. Persecución sí, pero en esa magnitud no, ni cerca.

Usted ha dado charlas del Holocausto. ¿Entendimos? ¿Aprendimos?

No. No les llega. Cae en saco roto. Escuchan, pero al instante se olvidan de todo.

¿Qué le diría hoy día a un guardia nazi si lo tuviera al frente?

Lo mato.

¿No los perdona?

No. Todavía recuerdo lo que nos gritaban mientras nos daban con los látigos.

Si usted hubiese sido juez en los juicios de Nuremberg, ¿qué condena les hubiera dado a los culpables?

Muerte para todos.

¿En qué se parece el mundo hoy a la época de la Segunda Guerra Mundial?

No se parece en nada. Solo que siguen las guerras, muchas de ellas psicológicas.

¿Se hubiera podido hacer algo para evitar el Holocausto?

No. El ejército alemán era muy fuerte.

¿Qué le responde a los que niegan el Holocausto?

Es mejor ignorarlos.

Por último, ¿cree en la humanidad?

Sí, yo todavía creo en las personas.


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