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Mientras que el Presidente y el Vicepresidente viajan juntos por el mundo intentando recomponer una relación descompuesta por el insaciable apego al poder, los ciudadanos quedamos huérfanos de líderes con convicción de estadistas. La glotonería del poder de quien lo ejerce y actúa como si jamás fuera a salir de Palacio, ha cruzado nuevamente la trocha de las ambiciones de Varela, cuyo silencio y complicidad creyó le garantizarían una vía despejada. Y mientras políticos de bando y bando creen resolver aritmética electorera sumando y restando ilusos resultados, los electores tenemos claro que ni el Ejecutivo ni el Legislativo ni la oposición ni los oficialistas son capaces de sostener un debate serio, sereno y profundo sobre si a Panamá le conviene o no una segunda vuelta electoral, menos aún si el antojo de Martinelli demanda otra reforma constitucional o es suficiente una enmienda electoral. Después de todo, el interés de la Nación no tiene lugar en esta discusión.

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