Las cruces en el desierto: ‘El sueño americano es un genocidio’

Las cruces en el desierto: ‘El sueño americano es un genocidio’
En el desierto de Arizona hay más de 4,000 cruces donde murieron migrantes intentando llegar a Estados Unidos. Ohigginis Arcia Jaramillo


Bajo el sol abrasador del desierto de Tucson, Álvaro Enciso, un migrante colombiano convertido en activista y artista, camina con una cruz de madera en las manos. La arena caliente quema sus botas mientras se acerca al lugar donde otro migrante perdió la vida. Su organización, Donde Mueren los Sueños, tiene una misión: marcar con cruces los sitios donde las esperanzas se apagaron bajo el calor implacable del desierto. Cada cruz, cuidadosamente elaborada, es un recordatorio de vidas truncadas y sueños inalcanzados.

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En 2018, durante una de sus expediciones, Álvaro se enfrentó al horror de encontrar un cuerpo humano. “Era una mujer, pero al principio pensamos que era un niño por lo pequeña que era”, relata. Tres años después, se supo que era una migrante guatemalteca. Aunque no era la primera vez que Álvaro veía la muerte —había vivido la guerra de Vietnam—, encontrar a alguien fallecido en el desierto fue una experiencia desgarradora. “Es un lugar donde no esperas encontrar muertos, y eso lo hace aún más impactante”, reflexiona.

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Álvaro Enciso se dedica a enterrar cruces en el desierto donde encontraron restos de migrantes. Ohigginis Arcia Jaramillo

Su labor, sin embargo, no está exenta de desafíos emocionales. Uno de sus ayudantes sufrió un ataque de nervios tras aquel descubrimiento y tuvo que dejar el proyecto. “Este trabajo no es para todos”, admite Álvaro. Unas 4 mil 300 muertes documentadas en el desierto en los últimos años son solo una fracción de las tragedias ocultas; miles de familias aún buscan a sus seres queridos desaparecidos en la vasta inmensidad del suroeste estadounidense.

Aunque inicialmente consideró otros símbolos para conmemorar a los migrantes fallecidos, eligió la cruz por su poder simbólico y espiritual. “Pensé que nadie querría destruir una cruz, pero estaba equivocado”, cuenta. Muchas de sus cruces han sido vandalizadas o incluso baleadas por quienes se oponen a su labor y a la migración. “Esto no es solo arte, es un acto de resistencia”, afirma con determinación. Su mensaje es claro: el mundo debe saber que el desierto es un cementerio silencioso. “Aquí la gente muere, y necesitamos que eso termine”, dice.

El colombiano cree que mientras no se ofrezcan soluciones humanas al problema migratorio, las muertes continuarán. De hecho, considera que las políticas restrictivas, como las que pretende implementar el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, solo empujan a los migrantes a rutas más peligrosas, como el desierto o el Tapón del Darién.

Para Álvaro, el migrante es una figura universal. “Somos seres humanos en constante búsqueda de un hogar, de un lugar donde sentirnos seguros”, reflexiona.

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Residentes de Tucson colaboran con la organización que lidera Álvaro Enciso. Ohigginis Arcia Jaramillo

Con cada cruz que coloca, Álvaro siente que cumple con una obligación moral y artística. “Es mi manera de sacar a la luz el secreto del desierto”, dice. Su labor no solo honra a los fallecidos, sino que también obliga a quienes ven las cruces a enfrentar la realidad de la migración. Es un llamado a la empatía, a la acción y a no olvidar las vidas perdidas en la frontera. A pesar de las adversidades físicas y emocionales, Álvaro continúa su camino. Las rodillas le fallan, pero su mente sigue joven, llena de ideas para expandir su mensaje a lugares como el Tapón del Darién. “Mientras pueda caminar, seguiré poniendo cruces”, afirma. Para él, cada cruz no solo marca una pérdida, sino también un grito de esperanza: que algún día, estas muertes dejen de ser necesarias.

Agua, política y Trump

En el corazón de Tucson, Arizona, Bob Feinman, vicepresidente de Humane Borders, se detiene frente a uno de los depósitos de agua que su organización ha instalado para salvar vidas. Con la voz teñida de indignación, lanza un mensaje claro: “Ellos no son patriotas, son racistas”. Para Bob, el discurso de quienes se oponen a la migración está lleno de contradicciones. “Dicen que defienden a su país, pero Estados Unidos fue construido por migrantes. Los únicos verdaderos nativos son los indígenas; el resto de nosotros, incluidos mis abuelos judíos que huyeron de Europa, somos migrantes”, afirma con determinación.

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Bob Feinman ayuda a migrantes en el desierto. Deja entre los arbustos suministros de agua y alimentos. Ohigginis Arcia Jaramillo

Humane Borders no solo provee agua y alimentos a los migrantes que intentan atravesar el desierto; también lucha contra la deshumanización. Bob compara las historias de los migrantes actuales con la de su propia familia, que llegó a Estados Unidos con nada más que esperanza. “La única diferencia entre ellos y mis abuelos es el nombre de la tierra de donde huyeron”, reflexiona. Para él, en lugar de construir muros, se deberían construir puentes, no solo físicos sino también simbólicos, que unan a las comunidades en lugar de dividirlas.

En Arizona, el debate sobre la migración está polarizado. “El estado está dividido por colores: rojo para los republicanos, azul para los demócratas”, señala Bob. Mientras que Tucson y el condado de Santa Cruz son bastiones de apoyo a iniciativas como la suya, el resto del estado sigue dominado por la oposición. A pesar de ello, Bob encuentra esperanza en las personas locales que han entendido la importancia de tender una mano a quienes buscan una vida mejor. “Aquí no se trata de política, se trata de humanidad”, concluye.

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Los migrantes desafían las duras condiciones del desierto de Arizona. Ohigginis Arcia Jaramillo

El hombre reflexiona con un suspiro cuando se le pregunta sobre el impacto de la futura presidencia de Donald Trump en la migración. “Sabe Dios”, murmura, como si buscara respuestas en el horizonte polvoriento. Para Bob, la incertidumbre define el panorama político. “Lo único seguro es que lo que dice [Trump] no siempre es lo que hace”, dice, con la mezcla de escepticismo y resignación que solo los años de lucha pueden cultivar. Mientras ajusta un depósito de agua para los migrantes, añade con ironía: “Si queremos entender el alcance de sus políticas, con paciencia tendremos que esperar”. La frase, a medio camino entre la esperanza y la advertencia, queda flotando en el aire, tan pesada como el calor que envuelve Arizona.

Darién, una temible ruta

Dora Rodríguez, ahora directora de Salvavisión, rememora su odisea como migrante. Con la mirada firme pero cargada de recuerdos, reflexiona sobre lo que significaron los tres intentos fallidos, los muertos que dejaron huella en el desierto y la vida que logró construir tras décadas en Estados Unidos. “Mi sueño era salvar mi vida y continuar mis estudios, y lo logré”, afirma con una mezcla de orgullo y melancolía. Sin embargo, deja claro que no promueve la migración forzada. “Sé lo que se sufre”, dice, y con un tono grave advierte sobre los miles que hoy cruzan el Tapón del Darién, una ruta aún más despiadada que la que ella enfrentó.

En 1980, durante la guerra civil en El Salvador, Dora formaba parte de un grupo de migrantes que intentaban cruzar la frontera hacia Estados Unidos en busca de seguridad y mejores oportunidades. El grupo enfrentó las inclemencias del desierto de Sonora, un terreno implacable conocido por sus altas temperaturas y condiciones extremas. De las 26 personas que iniciaron el cruce, solo 13 sobrevivieron. Dora fue una de ellas, rescatada al borde de la muerte. Tras superar esta experiencia traumática, Dora se estableció en Tucson, Arizona, donde se convirtió en una defensora incansable de los derechos de los migrantes.

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Dora Rodríguez, activista y migrantes. Ohigginis Arcia Jaramillo

Tras varias décadas, Dora cuenta que las historias que llegan hasta Tucson desde el Darién son desgarradoras. Dora recuerda el caso de una madre venezolana que, agotada tras recorrer más de once millas con su bebé, estuvo a punto de morir. Fue salvada por compañeros de travesía, pero el horror quedó tatuado en su memoria. “Es como una película de terror, pero no lo es”, comenta Dora, estremecida. Los coyotes y redes criminales explotan la desesperación de quienes se aventuran en este camino infernal, cobrando cifras exorbitantes por una travesía que promete más incertidumbre que esperanza. Sin embargo, Dora no duda en aplaudir la fortaleza de quienes sobreviven a este recorrido, a los que ella y su organización ofrecen apoyo incondicional.

Los datos del programa Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), agencia de las Naciones Unidas, precisan que, en los últimos años, es decir, entre 2015 y 2024, se han reportado 536 muertes de migrantes en esta selva, de las cuales 172 ocurrieron el año pasado.

Las cruces en el desierto: ‘El sueño americano es un genocidio’
Cientos de migrantes han muerto en Darién. Foto: Alexander Arosemena

Para Dora, el llamado “sueño americano” es un espejismo y a la vez un genocidio. “No existe”, sentencia con firmeza. Lo que hay, en su opinión, es sacrificio y el deseo de reunirse con la familia o escapar de la violencia. Aunque respeta profundamente a Estados Unidos, al que considera su segunda casa, no idealiza las oportunidades que ofrece. “Lo que existe es el sacrificio, la lucha por aprovechar lo poco que puedes tener aquí”, explica.

Su travesía por el desierto de Sonora para llegar a Estados Unidos no solo marcó su vida, sino que también la convirtió en un símbolo de resistencia y humanidad. Cada paso doloroso que dio en aquel terreno implacable encontró su propósito: salvar vidas y luchar por la justicia, para que nadie más tenga que sufrir lo que ella y sus compañeros vivieron.


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