En el imponente salón del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, las palabras de José Raúl Mulino resonaron como un eco inquietante: “En Panamá está hoy la nueva frontera de los Estados Unidos”. El presidente panameño, con un tono grave, no solo describía el tránsito incesante de migrantes que cruzan el temible Tapón del Darién en su búsqueda de un destino al norte, sino que también señalaba una verdad incómoda: Panamá se ha convertido en una arteria vital para el crimen organizado.
En los márgenes de esta frontera invisible conviven traficantes de sueños y mercaderes de muerte, mientras una realidad similar se vive en otras zonas limítrofes entre Estados Unidos y México, donde, además de migrantes, las drogas y las armas cruzan caminos en rutas marcadas por la desesperación y la codicia. La Prensa recorrió varias de estas rutas.
En las entrañas del Tapón del Darién, ese laberinto selvático que une Panamá con Colombia, la sombra del Clan del Golfo se proyecta sobre cada sendero. Controlan el tráfico de migrantes con la misma eficiencia con la que mueven cargamentos de droga, en una red que no termina ahí. Al norte, en las áridas fronteras entre Arizona y California, los tentáculos del crimen se extienden en forma de dos nombres que infunden temor: el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa. Allí, entre desiertos y muros, las rutas de los migrantes se cruzan con los corredores de drogas, en un juego de poder y violencia que conecta las selvas tropicales con las dunas fronterizas, evidenciando que el crimen organizado no reconoce límites ni fronteras.
La conexión es innegable: la mayoría de los migrantes que desafían el peligroso Tapón del Darién continúan su travesía hacia México, con la esperanza de cruzar finalmente a Estados Unidos. Sin embargo, este recorrido, lleno de riesgos mortales, cobra un precio elevado, no solo en vidas, sino también en recursos. El costo del viaje, organizado por redes de coyotes, puede superar los $15,000, dependiendo de las distancias y la peligrosidad de las rutas. Cada paso está marcado por la incertidumbre, mientras los migrantes enfrentan selvas inhóspitas, desiertos implacables y una creciente militarización de las fronteras, convirtiendo su sueño de un nuevo comienzo en una prueba de resistencia extrema.
Para tener una idea, la línea fronteriza entre Colombia y Panamá se extiende por aproximadamente 266 kilómetros, abarcando parte del impenetrable Tapón del Darién, una barrera natural que conecta y divide a su vez ambos países. Más al norte, la frontera entre México y Estados Unidos se despliega a lo largo de 3,152 kilómetros, desde el Monumento 258 en Tijuana hasta la desembocadura del Río Bravo en el Golfo de México.
Las estadísticas
En el corazón del Darién, donde la selva parece no tener fin, las cifras se transforman en historias de riesgo y tragedia. Entre el 1 de enero y el 20 de diciembre de 2024, las autoridades del Ministerio de Seguridad decomisaron 120,789 paquetes de droga, superando los 112,587 del año anterior. Esto equivale a unas 120 toneladas. Cada paquete es una evidencia del alcance de las redes criminales que usan esta inhóspita región como su corredor. Mientras tanto, los pasos de miles de migrantes también dejaron su huella en el lodo y los ríos: 302,071 personas cruzaron este año, menos que las 519,599 de 2023, pero aún una marea humana que desafía la selva y el crimen. Se calcula que murieron unas 50 personas el año pasado, aunque, por tratarse de un área selvática, hay decesos que no se reportan.
Por su parte, el sector de Tucson, en Arizona, se ha convertido en un reflejo del complejo panorama que se vive en el Darién. Según datos de la Patrulla Fronteriza, en 2024 cruzaron esta región, que abarca unos 145 kilómetros de extensión, un total de 463,600 migrantes. Además del flujo humano, la zona fue escenario de significativos decomisos: 1,130 libras de fentanilo, 555 de metanfetaminas, 450 de marihuana, 70 de cocaína y 100 libras de armas de diversos calibres. Estos números evidencian que el sector Tucson no solo es un corredor migratorio, sino también un importante punto de tráfico ilícito, donde confluyen rutas de narcóticos y armamento en una frontera marcada por desafíos constantes.
Los rescates
Al cruzar el sector Tucson, el desierto no da tregua. El calor asfixiante abrasa la piel durante el día, mientras que las noches traen un frío que cala hasta los huesos. Para los migrantes que se aventuran a pie por esta región, la falta de agua potable intensifica el peligro, dejando a muchos al borde de la deshidratación o el golpe de calor. Los senderos empinados y rocosos, que parecen interminables, se convierten en trampas mortales, donde el agotamiento y las lesiones son inevitables. La naturaleza tampoco muestra clemencia: serpientes de cascabel y escorpiones acechan en cada rincón, añadiendo otro riesgo letal a la travesía.
En Nogales, el corazón del sector Tucson, los migrantes se enfrentan a un muro que no solo divide países, sino sueños. Roberto Ortiz, vocero de la Patrulla Fronteriza, explica que, de las 262 millas lineales de frontera entre Estados Unidos y México que supervisan, 230 están protegidas por muros de diversas alturas y materiales. Las restantes, definidas por barreras naturales como cañones y montañas, presentan su propio desafío: son un laberinto para quienes buscan atravesarlas. En estas tierras, donde la frontera parece más un espejismo que una línea, la vigilancia no cesa, y las detenciones y rescates se convierten en la rutina diaria.
De hecho, en 2024 la Patrulla Fronteriza de ese sector reportó 72,634 intervenciones, lo que implica detenciones o rescates de caminantes abandonados por los coyotes. En algunos casos también se encuentran con cadáveres o restos óseos humanos dispersos. El sector Tucson, con su vasto desierto y su inmensidad indomable, es una tumba silenciosa para muchos. Entre el polvo y las rocas, el desierto guarda sus secretos, mientras el eco de los pasos de quienes se atreven a desafiarlo se pierde en el viento.
Aguas mortales
En el área de San Diego, California, también hay una crisis humana y un serio reto con el crimen organizado. En las aguas frías y agitadas frente a San Diego, la migración se convierte en una apuesta mortal. Alex Rentería, agente marítimo de la zona, describe la ruta como una de las más peligrosas que existen. En los últimos cinco años, 25 cadáveres han sido recuperados de este corredor marítimo, testigos silentes de una travesía que no perdona errores. Solo el año pasado, ocho personas perdieron la vida intentando alcanzar las costas de California. Mientras el mar ruge con indiferencia, embarcaciones precarias zarpan en la oscuridad, impulsadas por el desespero de quienes buscan cruzar la frontera a toda costa.
El costo de esta peligrosa travesía es tan alto como el riesgo: $18,000 por persona, una suma exorbitante que muchos migrantes están dispuestos a pagar con la esperanza de un futuro mejor. Sin embargo, pocos logran sobrevivir a las corrientes, al oleaje implacable y a la precariedad de los botes, diseñados más para la ganancia de los traficantes que para la seguridad de los viajeros. En este tramo de la crisis migratoria, donde unos 300,000 migrantes cruzaron la frontera en 2024, el océano se ha convertido en un juez implacable, separando con su fuerza brutal los sueños de quienes anhelan llegar a tierra firme de las vidas que se pierden en su profundidad insondable.
En la costa de San Diego, donde el mar se mezcla con los sueños de los migrantes, una amenaza silenciosa se extiende bajo las olas: la presencia del Cártel Jalisco Nueva Generación. Desde hace 15 años, este grupo criminal no solo domina el tráfico de miles de toneladas de droga hacia Estados Unidos, sino que también ha reclamado el negocio del tráfico de migrantes, específicamente en la frontera con Tijuana, trabajando de la mano con los coyotes. La Patrulla Fronteriza advierte que este doble control convierte a San Diego en un epicentro de la crisis migratoria y criminal, donde los migrantes son tratados como mercancías y el océano se convierte en el escenario de una lucha entre la vida, el crimen y la esperanza.
Busque mañana los relatos de migrantes que desafiaron estas peligrosas fronteras.