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Los jamones y el clientelismo electoral

El ritual anual del calendario institucional panameño, es la entrega/venta subsidiada/tómbola de jamones que los políticos realizan con fondos públicos. En años más recientes, se había disimulado el fenómeno por medio de la venta subsidiada del Instituto de Mercadeo Agropecuario, de los dichosos jamones.

Los jamones y el clientelismo electoral

El maestro Guillermo Sánchez Borbón, cuestionaba la obsesión de los políticos panameños por la repartidera de jamones para las navidades. Según Guillermo, se trataba de una transacción, en la que el político daba el jamón y el ciudadano se comprometía electoralmente. Solo que al ciudadano se le olvidaba la transacción el día de las elecciones.

El ritual anual del calendario institucional panameño es la entrega/venta subsidiada/tómbola de jamones que los políticos realizan con fondos públicos. En años más recientes, se había disimulado el fenómeno por medio de la venta subsidiada del Instituto de Mercadeo Agropecuario, de los dichosos jamones.

El proceso de esa comercialización era en verdad bochornoso: centenares o miles de ciudadanas y ciudadanos hacían unas filas larguísimas desde muy temprano, con la esperanza de adquirir un jamón, una pierna, un pavipollo o cualquier cosa que se le parezca.

La gran idea

Este año, 1.5 millones de jamones, piezas de cerdos o pavipollos, serán repartidos por los representantes de corregimientos. El chiste cuesta al menos 33 millones de dólares al fisco. Más allá de la truculencia con los fondos públicos surgen importantísimas dudas.

La primera duda es la logística para repartir jamones y sucedáneos a nivel nacional. Suponiendo que a un tercio de la población del país le tocaría el ansiado premio, esto conlleva requerimientos extraordinarios de distribución. La repartición en las zonas indígenas, en las islas del golfo de Panamá o de Montijo, y en las regiones más alejadas de las distintas provincias y comarcas, es sumamente problemática.

Emparejado con el problema logístico surge otro, el de la cadena de frío. Aunque no lo parezca, en Panamá hay importantes segmentos de la población que no tienen acceso a la electricidad, elemento clave para la refrigeración. Esto afecta por igual a los repartidores como a los beneficiarios. Aunque haya necesidad en un hogar, un jamón derretido y sometido a las inclemencias del tiempo, no parece muy atractivo.

Un tercer dilema es la capacidad necesaria para cocinar a la inocente donación. Nuevamente, muchísimos más panameños y panameñas de lo que se piensa, cocinan en pequeñas estufas eléctricas, fogones de leña, y otros métodos similares. Cocinar un jamón en esas condiciones no es tan fácil, aunque con leña puede ser delicioso, consumirá muchísimo tiempo y atención del cocinero. Es necesario recordar que el jamón/pierna o pavipollo, debe ser acompañado con algo más.

Un efecto invisible

La homogeneización de la dieta para la temporada festiva tiene un cierto efecto de pérdida cultural. En muchas partes del país, era común que la comida de las fiestas tuviera un origen local. Así, una gallina asada, un zaino, un pescado relleno, una “camaronada” y hasta una iguana, pasaban a ser el bocado de las festividades.

Por otra parte, existe una gran cantidad de panameñas y panameños que no consumen productos derivados del cerdo por razones religiosas o de salud. También hay vegetarianos y veganos que nada quieren saber de esos repartos. Además, hay otras tradiciones culinarias que vale la pena preservar. En Guna Yala, para algunas celebraciones especiales se prepara un suculento plato denominado suga mayoaled bogua, que es en realidad cangrejo con plátano verde sancochado en agua de pipa.

Los 33 millones que cuesta este ejercicio en Navidades Solidarias es dinero que pudo invertirse en atender necesidades verdaderamente apremiantes. Por ejemplo, el Club 20-30 tuvo que hacer una teletón para construir un nuevo quirófano en el hospital Santo Tomás. Los 33 millones habrían cubierto esa inversión más de 8 veces. Quizás se hubiesen reparado 660 escuelas multigrado, esas a las que van los más pobres entre los pobres, y que no tienen agua potable, electricidad, o sanidad básica. Eso habría permitido que para decenas de miles de niñas y niños panameños la educación fuera una verdadera estrella, que no fuese cambiada por una pieza de jamón.



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