Carlos Gardel se pasó la vida cantando, pero le decían "el mudo" y, aunque murió hace ya 70 años, los argentinos se empecinan en decir que cada día canta mejor.
Es extraño: Gardel es un muerto exquisito y su presencia sigue llenando de contenido al tango, un género musical que entrado el siglo XXI no para de crecer. Y no sólo eso. Tanto Juanes como Robi Rosas lo consideran una gran influencia, y en Buenos Aires se multiplican los grupos que imitan su voz y su estética.
Sin embargo, cuando se habla de Gardel nadie sabe muy bien de qué se habla. Si de música, de historia, de mitología, cine, literatura. Si se habla de un hombre o de un espectro: nadie sabe nunca bien.
El hombre invisible
Porque si hay algo cierto en su vida eso es el misterio. Gardel es un fantasma reído, un ángel del arrabal, es un un donjuán en blanco y negro del que se sabe casi nada, pero del que se dice de todo.
La biografía oficial explica que nació en Francia y siendo un niño desembarcó en Argentina. "Nací en Buenos Aires, a los 2 años y medio de edad", decía él, puro ingenio, para sostenerse en el podio de la argentinidad. Que allá por los primeros días del siglo XX comenzó a cantar en los suburbios de Buenos Aires, en el mercado de la ciudad y en los prostíbulos que crecían como hongos a lo largo del puerto del Río de la Plata.
Buenos Aires era en esos días un inmenso puerto que recibía inmigrantes todo el tiempo y de todos lados. El niño Gardel creció con su madre hablándole en francés, él contestando en español y, además, aprendiendo italiano en las calles. Allí escuchaba todo tipo de instrumentos y melodías —siempre tristes— de los hombres que habían llegado al fin del mundo para hacer algo de dinero y al final regresar a casa. Lo cierto es que volver, volvieron pocos. Y de esa pena, de ese sentimiento extremo de desarraigo nació el tango. Los hijos de esos trabajadores iletrados se transformaron en los poetas del tango. Y Gardel, en el cantor que le puso la voz al fenómeno, que empezó siendo orillero, creció en los burdeles y finalmente se consagró en Europa.
Aunque con el tiempo Carlos Gardel llegó tan pero tan alto que fue uno de los más locos en el París de los años locos, que filmó películas en Hollywood y que murió cuando muchos —hasta Charles Chaplin— lo veían como el futuro gran galán del cine internacional, antes de todo eso, Gardel fue un malévolo.
La guardia vieja
Callejero hasta los huesos se metía en toda pelea que encontraba. Tan es así que en 1915 recibió un balazo en un pulmón y sobrevivió de milagro. Pero el milagro, en realidad, era su voz. Una voz que logró hazañas impensables, como esa vez que la multitud lo sacó en andas a la puerta de un cabaré luego de una ardiente improvisación. Esa voz que lo llevó de viaje a París a probar suerte y terminó cantando en las mejores fiestas de la ciudad luz —en la Opera de París y en el Fátima— y en la Costa Azul.
De regreso a Buenos Aires, el tango salió de los prostíbulos y llegó a todas las casas. Gardel y su estampa lo hicieron posibles y a partir de entonces, no había mujer que no soñara con un hombre como él. Gardel se convirtió en el modelo del hombre argentino. Y entonces, se puso a hacer cine.
Paramount tango
Gardel perdió más de 30 kilos para entrar a Hollywood y hacer películas, unas malas, otras más o menos y pocas buenas, pero en todas ellas cantaba y por eso aún hoy se siguen editando en DVD. Fueron poco más de 15, una de ellas muda, más otros 15 cortos que eran una especie de video clips pre históricos en los que aparecía el cantante, vampírico, rodeado de sus guitarristas y cantando. Esas películas marcaron para siempre la mitología del tango: hombres bravos, mujeres lindas e infieles, siempre el glamour, smoking y champán, duelos por amor en la pista de baile. Gardel es una sonrisa eterna y una voz sin igual que permanece viva, todavía, a setenta años de morir.
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