Aunque América Latina no es una prioridad en la política exterior estadounidense hay que entender que Donald Trump 2.0 no será un mandatario republicano más.
Viene un discurso mucho más hostil hacia el mundo, uno donde todo será visto mediante la óptica de “Estados Unidos primero” y las únicas excepciones se darán en el marco de lo transaccional y/o de la afinidad ideológica.
El primer tema que dominará la agenda es el migratorio. No olvidemos que su retórica antiinmigrante fue central en su victoria. Con pocos contrapesos en el Senado y la Cámara de Representantes, es muy probable que las deportaciones masivas sean una realidad, a pesar del enorme costo económico que tendrían en la economía estadounidense.
Panamá no es un país de origen de los migrantes, sino de paso. El impacto inmediato puede ser un incremento en el número de personas que traten de llegar a Estados Unidos, antes de la toma de posesión el 20 de enero.
El plan de repatriaciones de José Raúl Mulino, acompañado por aquello de que “la verdadera frontera de Estados Unidos está en Darién y no en Texas”, coincide con el interés y la visión de Trump.
Figuras como Nayib Bukele y Javier Milei estarán en el club de favoritos del nuevo mandatario norteamericano, por lo que es previsible que Mulino intente hacer méritos con la política migratoria y de lucha contra el narcotráfico, para entrar en el anhelado círculo. A Mulino lo favorece el hecho de que su periodo de gobierno coincide en su totalidad con el de Donald Trump.
La política con respecto a Nicolás Maduro, tras el fraude electoral, permanece como una gran incógnita.
Venezuela solo fue mencionada en campaña por el futuro mandatario, como gran exportadora de criminales a Estados Unidos. A juzgar por el estilo de Trump podría pesar más el petróleo, que su condición de dictador. Si Maduro toma posesión en enero, la cantidad de venezolanos que intentaría abandonar el país, aumentaría drásticamente.
En términos de comercio internacional, también prevalecerá el “Estados Unidos primero”, con la promesa de imponer un arancel del 10% a todos los productos importados.
Panamá puede olvidarse de cualquier mejora de condiciones en su TPC, negociación que ni con el gobierno demócrata avanzó.
Lo que sí es muy factible es que los aranceles sean la medida de presión principal contra China y Panamá se encuentre de nuevo en medio de la guerra comercial entre dos gigantes.
Uno de los pocos funcionarios de alto rango de la primera administración Trump que sigue alrededor del futuro mandatario, es el ex secretario de Estado, Mike Pompeo. El mismo que dijo en una entrevista que le realicé, que Panamá tenía que abrir sus ojos en la relación con China.
Los ojos hay que mantenerlos abiertos en todas las relaciones diplomáticas, sin tener que ser objeto de presión por parte de la superpotencia. Esto también aplica para la posición como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El asiento que ocupará nuestro país tiene un poder limitado, algo que ha sido definido como “ser cucaracha en baile de gallinas”.
En otras palabras, Panamá estará del lado que recibe la presión de las potencias y no puede pretender imponer intereses de su agenda bilateral con los países que tienen un puesto permanente.