A las 4:08 de la madrugada del sábado 23 de enero de 2010, los habitantes de la zona fronteriza entre Panamá y Costa Rica fueron despertados por un fuerte remezón.
Se trataba de un sismo de magnitud 5.5, que, aparte del susto y algunos objetos caídos, no provocó mayores daños.
Durante las siguientes 24 horas, la tierra siguió moviéndose. Hubo, al menos, cuatro réplicas notables, mayores todas a los 4 grados, según los registros de la Red Sismológica Nacional.
La tierra tiembla. Siempre. Y en Panamá no hay excepciones. Pero la mayor parte del tiempo, los movimientos son imperceptibles.
Sin embargo, cuando se producen eventos catastróficos, como los terremotos que asolaron primero a Haití, en enero, y luego a Chile, el 27 de febrero, hay preocupación. Las imágenes y los presagios apocalípticos de películas como 2012 echan a volar la imaginación popular.
Los expertos señalan, empero, que no hay que temer sobre un “aumento” o escalada en los movimientos telúricos. Y que no hay mucha relación entre ellos.
“No ha habido un incremento en el número de terremotos”, afirma Eduardo Camacho, director del Instituto de Geociencias de la Universidad de Panamá.
Y añade que, en América, los casos de Haití y Chile fueron “una coincidencia”.
Así también lo explica Francisco Vidal Sánchez, sismólogo investigador del Instituto Andaluz de Geofísica de la Universidad de Granada, en un informe para el sitio web de BBC Mundo.
“Los terremotos son procesos condicionados en el tiempo en cada zona y si vemos la distribución a escala global, podríamos considerarlos como un proceso aleatorio”, dice este experto en el citado informe.
De hecho, el Centro Nacional de Información de Terremotos del Servicio de Inspección Geológica de Estados Unidos (USGS), detecta entre 12 mil y 14 mil sismos cada año –aproximadamente 50 por día– y muchos de estos de grandes magnitudes.