El ruido de los helicópteros estremeció el amanecer de aquel 27 de julio de 1987. Luego, las explosiones y el tableteo de las armas automáticas revelaron el inicio de un asalto militar.
Algo sucedía en aquella casa de Altos del Golf donde vivía el coronel Roberto Díaz Herrera, hasta hacía poco más de un mes jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa.
Tras ser forzado a jubilarse por presiones del general Manuel Antonio Noriega, a principios de junio, Díaz Herrera había decidido hablar. Contó lo que hasta entonces habían sido rumores sobre las tropelías de los militares, el poder real en Panamá. Contó sobre el fraude electoral de 1984, el asesinato del ex viceministro de Salud Hugo Spadafora, quien había denunciado a Noriega de participar en el narcotráfico, sobre corrupción, venta de visas y otras muchas cosas. Durante ese mes, la casa de Altos del Golf fue centro de peregrinación, un oasis de rebeldía en medio de una ciudad y un país sitiados por las fuerzas leales a Noriega. Dirigentes opositores, corresponsales extranjeros y antiguos adversarios se encontraron allí bajo la atenta mirada de agentes del régimen, defendidos precariamente por unos pocos leales armados, desertores de la fuerza pública, y el reciente y creciente carisma del jefe militar rebelde. El mundo entonces se enteró de todo.
Pero esa mañana de julio, Noriega había decidido decirle a su ex compañero de armas: “¡basta!”.