Sábado picante

Sábado picante


La escena montada para que el presidente Cortizo se dirigiera al país tras el fallo contra el contrato minero fue hipócritamente deprimente. Las caras de quienes estaban allí nos hablaban de arrepentimiento, pero, una vez más, eran solo pamplinas. El poder es embriagador y todos ellos, con sus patéticas caras, siguen borrachos, convencidos de que, sin importar lo ineptos y torpes que fueron en el manejo de la crisis, tienen el divino derecho de quedarse en sus cargos, salvo uno que, cuando renunció, recitó loas a su gestión, como si la despedida fuera la bienvenida no sé a dónde.

¿Cómo, habiendo recibido el mayor voto de censura de sus vidas, pueden justificar su presencia en el Gobierno? ¿Qué los hace tan imprescindibles que el presidente no les exige la renuncia a todos o por qué ellos mismos, de su puño y letra, no la presentan? Y razones sobran para hacerlo.

Empecemos por el hecho incontrovertible de que el contrato minero no fue un error. Todos –desde el presidente hasta sus ministros y diputados– conspiraron para aprobarlo, a pesar de que desde todo ángulo les gritaban que no lo hicieran. Y es que ese no era un texto contractual. Era una claudicación: todo su contenido era groseramente insultante, ofensivo, vomitivo, humillante y monumentalmente voraz. Solo faltó autorizar a la minera para explorar más yacimientos en el Canal.

Pregunto: ¿quién recomendó al presidente aprobar ese contrato y sancionar la ley? ¿Quién fue el negociador en jefe de Panamá? ¿Quién aprobó, en primera instancia, lo que a simple vista era una cínica y atrevida afrenta a nuestra dignidad? ¿De dónde sacaron el coraje para intentar convencernos de que esto era un “buen negocio” para Panamá? Hace falta ser estúpido para llegar tan lejos o un caradura para tratar de persuadirnos de lo contrario.

Para ser franco, no creo que tengan una molécula de tontos. Lo que pasa es que no pueden resistirse al olor de un dólar recién impreso; nada es más adictivo para un corrupto que un fajo de billetes nuevos: los hace fantasear con carros, fincas, viajes, joyas, ropa, poder, apartamentos de lujo. Mágicamente, París ya no es una ilusión o ir de compras a Madrid o vacacionar en Cancún o Grecia. La adicción es deliciosamente embriagadora y caen derretidos a sus pies. Pactarían con el diablo si les garantiza viajar en jet privado y plata en la cartera. Son tan básicos como el vacío.

La corrupción es la heroína de la adicción por el dinero. Un corrupto despide un olor y estoy seguro de que en la mina lo percibieron. Esa pestilencia se sentía en Panamá como en Cuba, al son de un baile típico o de un mambo. Coquetearon, bailaron a escondidas –cheek to cheek– y ahora comparten secretos que se llevarán al infierno. Así se explica cómo un grupejo de políticos locales pudo aprobar “eso”.

Y ahora hay que enfrentar los arbitrajes internacionales. Pero tenemos con qué. Panamá cuenta con abogados que han estado en luchas arbitrales desde hace años. Solo hay que mirar al Canal de Panamá. Allí hay acumulados decenas de años de experiencia en arbitrajes; saben más de esto que nadie. Pueden buscar firmas internacionales que nos representen. Solo falta que el Gobierno, por una vez en la vida, haga las cosas con sensatez.


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